Camino del Cid: Bikepacking entre Burgos, Soria y Guadalajara.

 


Hacía tiempo, mucho tiempo, que por unas u otras razones no podía hacer uno de estos viajes que tanto empezaban a gustarme. No sólo eso, sino que la práctica habitual del ciclismo de montaña también se había visto relegada a un segundo plano. Siempre hay excusas para no hacer deporte. Que si la salud, que si las obras, que si el trabajo, que si los cursos, que si el frío, que si el calor... Excusas, excusas, excusas... En lo que llevábamos de año a penas había entrenado 500 km, nada.

Tenía varias alternativas para este viaje, pero esperaba al último momento para decidirme según estuviese el tiempo. Los temporales se sucedían por la península en las semanas anteriores a la fecha de salida prevista. Transportar la bicicleta hasta el punto de salida era otro problema a tener en cuenta. No puedes utilizar los trenes de larga distancia, y en media distancia es complicado ir lejos en poco tiempo y de forma barata. En los autobuses no siempre están permitidas o han de ir desmontadas y en caja por un precio nada barato. Los servicios de mensajería tampoco salen baratos. Las oficinas de alquiler de coches no las hay en todas partes. La mejor opción sigue siendo salir de casa y volver a ella subido a la bici, y hay mucho que ver y disfrutar en los alrededores de Sevilla, pero necesitaba ver sitios distintos a estos que ya tengo tan pateados.

La Circular Noroccidental de la Sierra Norte de Sevilla, la Transandalus en su tramo entre Cádiz y Granada, la Badajoz-Lisboa... Y un par de semanas antes, viendo un vídeo de Bikekanine surge una nueva opción: El Cañón del Río Lobos y El Camino del Cid. Comienzo a estudiar rutas, fotos, vídeos, guías, lecturas, y poco a poco el gusanillo ya está haciendo de las suyas. Una semana antes, y pasado el temporal, hacemos efectiva la decisión: Haremos el Camino del Cid pasando por el Río Lobos. No tenemos demasiado tiempo, así que recorreremos el Camino del Destierro desde Vivar del Cid, al norte de Burgos, parte de las Tierras de Frontera y el ramal de Álvar Fáñez hasta Guadalajara. Unos cuatrocientos kilómetros en total usando la ruta específica del Camino del Cid para bicicleta de montaña. Por suerte tenemos una página oficial del Camino del Cid donde podemos encontrar más información de la que podáis imaginar que necesitéis con todo tipo de datos, tracks, guías, y recursos varios.

Los días previos comenzamos a preparar la bicicleta para el evento. Lo más importante es cambiar las cubiertas. He estado probando algunas con resultados decepcionantes, y después de mucho leer, y a pesar del precio, me decido por unas Schwalbe Marathon Plus MTB. Cambiamos los pedales automáticos por unos de BMX con pins metálicos, ponemos porta-bidones en la horquilla, un estabilizador para la bolsa de sillín, un soporte separador para el arnés de la bolsa de manillar, un porta-bidones específico para la botella de combustible líquido de la cocina en una de las vainas traseras, lo revisamos, limpiamos y engrasamos todo, y poco más. Al ir metiendo las cosas en las bolsas de la bicicleta se rompe la cremallera de la bolsa de cuadro. Una tragedia de no ser por las mágicas manos de mamá.

Metemos en el GPS los tracks para BTT (bicicleta todo terreno) y guardamos en el móvil las topo-guías, el enlace al maravilloso visor cartográfico de la página oficial del Camino del Cid y, por supuesto, un ejemplar electrónico de la edición de la colección Austral del Cantar de Mío Cid.

Reservo un par de coches de tamaño medio en la compañía de alquiler con la que la federación de ciclismo tiene un acuerdo y con la que podemos disfrutar de buenas condiciones a precios ventajosos. Además ya tengo reservada también habitación en la Morada del Cid para la primera noche. El resto se irá improvisando.

Llevaré la tienda de campaña y todo lo necesario para acampar, pero sólo como último recurso si no hay dónde alojarse, porque las noches están siendo ya muy frías en el norte de Castilla.

Todo listo para salir el día veinticinco de septiembre en dirección a Burgos. Y como siempre los nervios y los miedos.



Día 0: Sevilla - Burgos - Vivar del Cid.
Miércoles, 25 de septiembre de 2019.


Dicen que fue la defensa que Ruy Díaz de Vivar hizo del reino de Sevilla lo que a la larga le costó el destierro. 
"Con vos, Cid, con vos iremos por yermos y poblados, y no os hemos de faltar mientras tengamos alientos. En vuestro servicio se nos han de acabar nuestros caballos y mulas, dinero y vestidos." 
Hoy, recién llegados de Sevilla, dormimos en Vivar. Mañana el camino dirá, que no nos guían mapas ni estrellas, sino un cantar.

Pues con alguna dificultad nos ponemos a meter la bici en un mono-volumen que no conocemos, pero al final entra. Pasamos el día en la carretera sin pena ni gloria comiendo unos bocadillos que llevábamos preparados de casa.

A eso de las cinco llegamos a Burgos pero, con los nervios, y más pendientes del GPS que nos guía a la oficina de alquiler de coches, olvidamos rellenar el depósito, con el recargo que te clavan por estas cosas, pero bueno, todo fuera eso. Lleva un buen rato acomodar todos los bártulos en la bici pero no tardamos demasiado. Recibo una llamada de Laura (de la Morada) para avisarme de que no están en el hotel y de que si llego antes les llame para decirme dónde están las llaves.

En lugar de usar el GPS para ir en bici hasta Vivar voy preguntando y, error, la gente no se atreve a decir que no tiene ni puta idea y te manda a donde le sale de los cojones, de modo que damos rodeos y subimos cuestas a lo loco. Para colmo, cuando ya estoy a punto de salir de la ciudad me doy cuenta de que he perdido los guantes, otra vez. Decido desandar mis pedaladas a ver si hay suerte y al llegar a la catedral los encuentro puestos en una barandilla de la misma. Afortunadamente queda buena gente. Al final, tirando de GPS, claro, retomo el buen camino. Primer contacto con Burgos y con lo que ellos llaman "la isla", que es la preciosa ribera del río Arlanzón.

No sé qué me hizo pensar que esto sería llano. Nada más lejos de la realidad. En apenas estos primeros quince kilómetros ya sudo de lo lindo y empiezo a temerme lo peor. Las pendientes son cortas pero duras y ya de entrada me empieza a entrar el miedo. Ni siquiera registro el recorrido.




Llego a Vivar justo a tiempo de ser recibido por Chema en La Morada del Cid. Al poco llega Laura con los peques. Me acomodan, me guardan la bici y me lo explican todo bien. Me dan mi Salvoconducto para el camino y me ponen mi primer sello al tiempo que me regalan una chapa de recuerdo. Y me aconsejan que vaya a ver a Javier al Molino del Cid, donde dicen que tiene un pequeño museo cidiano.




Me doy un paseo por el pequeño pueblo y lo disfruto como algo extraño para mí. Me llaman la atención la iglesia de San Miguel, el monumento al Cid y el monasterio de Nuestra Señora del Espino cuando voy camino del Molino.




Pero Javier no está. Al parecer hay partido de los buenos y estará en el bar, pero no quiero molestarle en tan magno evento y lo dejo para otro momento. Me vuelvo a mi alojamiento, descanso un poco y tras una breve charla con los anfitriones me insisten en que vaya a ver a Javi más tarde, que no habrá problema. Y así lo hago y me planto allí a eso de las nueve y media de la ya entrada noche. Llamo a su puerta y me presento. No duda ni un segundo en enseñarme su pequeño y apreciado museo. Más que por el museo en sí merece la pena pasarse por allí para conocer a este interesante personaje, no al Cid, sino a Javier.

Todo un elemento; hospitalario, bromista, orgulloso y generoso. Me cuenta algunas curiosidades sobre la historia y la leyenda del protagonista del este camino y me muestra sus tesoros. Yo me intereso por la historia del Molino y su familia, que también me cuenta un poco. Insiste en hacerme algunas fotos embrazando un escudo y blandiendo una réplica de la tizona que no enseñaré aquí, pero a las que fue imposible negarse. Me pone el sello de la legua cero y me despido más que agradecido.

Cenamos algo ligero y nos vamos a dormir, que mañana empieza la fiesta.



Día 1. Vivar del Cid - Covarrubias.
Jueves, 26 de septiembre de 2019.

"Oh, Cid, nacido de madre en buena hora, ¿qué es de vuestro ánimo? Pensemos sólo en aguijar y dejémonos de ociosidades. Ya se tornarán los duelos en gozos. Dios, que nos ha dado estas almas, él nos dará su amparo." 

Tomo un magnífico desayuno y tras una amena charla con Laura, que me tranquiliza y me anima, nos abrigamos y nos ponemos en marcha.

No dudéis en parar en La morada del Cid si pasáis por aquí. Laura y Chema os harán sentir como en casa y el hotel es una delicia lo mires por donde lo mires.

Hace frío a primera hora de la mañana. La posibilidad de la acampada se aleja si todas las noches van a ser así de frías, pero no se descarta.





Ya para empezar olvido configurar correctamente el GPS y no registro los primeros tres o cuatro kilómetros. Lo que no olvido es enviar mi ubicación en tiempo real a la familia, así todos estamos más tranquilos, que esto de viajar solo pone nerviosa a la gente que te quiere.

Como ya conocía el camino del día anterior me voy acercando a Burgos más rápida y fácilmente acortando algún tramo. En un momento dado comienzo a sentir como pinchazos en los dedos de la mano derecha, y justo después en la izquierda, y me asusto y tiro de frenos, que iba cuesta abajo. Al apretar los frenos noto una fuerte descarga eléctrica en las manos y en mis partes nobles. Y es cuando caigo en la cuenta de que el camino discurre bajo una línea de alta tensión, es la primera vez que me pasa algo parecido, pero salgo indemne aunque algo asustado.

El GPS es más fiable que la gente, aunque a algunos no les guste. A pesar de esta verdad iré parando a menudo a preguntar a la gente, no para que me cuenten lo que ya sé, sino para charlar y darle una oportunidad a la aventura.




La primera parada es la Catedral. ¿Cómo no? Allí me encuentro con un par de cicloturistas que van de camino a Santiago. Les llama mucho la atención la configuración de mi bici, suele pasar, y tras las fotos, las charlas de rigor y el intercambio de buenos deseos seguimos nuestros caminos cada uno por su lado.

Y nada más salir de la ciudad me doy de bruces contra el primer muro que me obliga a bajarme de la bici y a empujar. Pero al menos esto me da la oportunidad de mirar atrás y despedirme de Burgos con unas bonitas vistas.




Con el sube y baja por los caminos voy adentrándome en algún pinar seguido de campos de cultivo.  El paisaje, aunque nada llano, se va pareciendo a lo que yo esperaba de estas latitudes.




Casi siempre hacia arriba, hasta que en una especie de oasis metido en una vaguada aparece el Monasterio de San Pedro de Cardeña. Uno de esos sitios tan nombrados y documentados de la historia del Cid.




Es uno de esos lugares de culto y evidente refugio a los que el Cid daba grandes donativos cada vez que podía y a cambio recibía en el monasterio protección para los suyos y para sí mismo. Los restos del Campeador llegaron a descansar allí un tiempo. Incluso parece ser que en tiempos no muy remotos aprovecharon esa relación con Rodrigo Díaz de Vivar con alguna argucia de dudosa legalidad para sacar beneficio de la venta de algún terreno adyacente al monasterio.

Y también cuentan que aquí estuvieron los restos de Babieca. Hoy una lápida recuerda el lugar donde dicen que estuvo su tumba.




Seguimos camino en un continuo sube y baja de pendientes duras, de caminos de piedra suelta, y de bajadas al fondo de vaguadas llenas de barro que consigo sortear sin grandes problemas.




Ya a eso de las dos de la tarde, y con sólo unos treinta y cinco kilómetros recorridos vengo a dar a Mondúbar de San Cibrian, donde me meto en el primer sitio que veo y pido algo de comer. No quiero llenarme demasiado porque me queda la mitad de la etapa, así que me como una ensalada y unos huevos fritos con jamón.




Antes de salir del pueblo veo un lugar de sellado del salvoconducto y paro a cumplir con el requisito de no sé qué.

Otra fuerte subida y otra rápida bajada y me planto en Los Ausines, donde veo una zona verde con un merendero, fuente, mesas y bancos perfectos para descansar. Estoy tomándome unas golosinas para meter azúcar al cuerpo y aparece Roberto, que está desbrozando la ribera del arroyo cercano.




Él mismo se califica como un bohemio. Me cuenta su vida y milagros en un buen rato que me viene de lujo para descansar. Me explica Roberto que dejó su trabajo y con lo poco que tenía se compró unas tierras en las que lleva más de quince años haciéndose su casita con lo que va sacando de los trabajillos que va haciendo por los pueblos cercanos, o por dónde le salga el curro. Trabajos que le duran poco porque no suele aguantar el trato de los jefes, pero él vive a su manera y es feliz. La conversación se alarga y yo voy terminándola porque se me hace tarde y no sé aún dónde dormiré.

Las paso canutas por estos caminos y el calor del medio día no ayuda. Dudo sobre si llegaré a Covarrubias. Llamo a Inma para que me vaya buscando alojamientos en Covarrubias o alrededores, porque a la hora que es no las tengo todas conmigo. Los caminos rompe-piernas no acaban nunca y comienzo a consultar los mapas para buscar alternativas. Con una idea más o menos clara de por dónde voy a enlazar con la carretera me encuentro de repente una pickup en la entrada del camino a San Quirce y pregunto a su conductora, que me confirma la forma en la que dejar los caminos y salir a la carretera ya cerca de Cubillo del Campo. Aún así me pierdo hasta que una señora que araba con su imponente tractor me da las últimas indicaciones.

Salgo a la carretera y pronto veo en una ladera lo que parece una espada. Camino del Cid. Está claro.




A estas alturas, son ya cerca de las seis, me llama Inma para informarme de que en Covarrubias están de fiestas y el tema del alojamiento está jodido. Lo único que queda es caro, pero le pido que reserve porque se me hace tarde y he decidido cambiar de planes. Me viene bien un hotelito en el que tenga acceso a un ordenador para poder cambiar en el GPS los tracks del camino para bicicleta de montaña por los de cicloturismo, que me llevarán sin duda por carriles más fáciles o por carreteras con poco tráfico. No estoy en forma para seguir así por muchos días y la decisión está tomada.




Me desvío pronto a Mecerreyes, pueblo lleno de esculturas y realmente bonito. A la salida del pueblo tras otra subida paro en una estatua dedicada de nuevo al Cid, y allí me encuentro con un par de ancianos con los que también echo un rato charlando. Se me acaba el agua y ellos me indican una fuente de vuelta al pueblo que yo no encuentro. Dentro ya del pueblo nuevamente, y cuando pido a un paisano que me rellene la bolsa de agua, se interesa por mi viaje y me dice que el albergue está vacío, en muy buenas condiciones, y todo mío gratuitamente. Esto me hace dudar y le digo al señor que voy a dar una vuelta y después le diré. Me lo pienso un rato pero la reserva ya está hecha y necesito cambiar los tracks si quiero que el viaje no se convierta en una tortura. Un poco apenado por la oportunidad que dejo pasar me dirijo a Covarrubias.




Las siete y media me dan para llegar al objetivo del día para poco más de sesenta y cinco kilómetros. De modo que tras acomodarme, ducharme y dejar todo preparado me voy al ordenador de recepción y hago los cambios previstos en menos que canta un gallo. Y ya a más de las nueve me voy al centro del pueblo a cenar y de paso ver un poco el ambiente festivo.

Me meto en el meollo de la fiesta, en todo el centro del pueblo, en Casa Galín. Esta gente no se anda con chiquitas a la hora de comer y cuando pido dos platos me ponen dos bandejas, una de guisantes con jamón y otra de lubina a la espalda. Sí, lo sé, pero me lo he ganado.

Y sin mucho más me vuelvo al hotel con bastante rasca ya cerca de las once de la noche y a dormir, que estoy para el arrastre.











Día 2. Covarrubias - Hontoria del Pinar.
Viernes 27 de septiembre de 2019.
 
"Venida la noche, el Cid se acostó, y un dulce sueño empezó a invadirle, adormeciéndole profundamente. En una visión , vino a su lado el ángel Gabriel: —Cabalga —le dijo—, cabalga, buen Campeador, que nunca varón alguno cabalgó con más suerte. Todo te ha de salir bien mientras vivas."
 

Comenzamos el día desayunando en el hotel y como es lógico no lo hacemos nada mal. Abrigados como en el invierno sevillano salimos a eso de las diez de la mañana a recorrer el pueblo y hacer algunas fotos. La gente descansa tras la fiesta y está casi desierto.






Tras el turisteo salimos a los tracks de cicloturismo del Camino que cargáramos el día anterior. Y empezamos calentando con las pendientes de las que ya avisaba el perfil, pero al menos, al ser por asfalto, se hacen mucho más fáciles. Voy camino de lo que hoy será el enclave más importante, Santo Domingo de Silos, pasando por Retuerta, donde me aconsejan un desvío al cementerio de Sad Hill (aquel de la peli "El bueno, el feo y el malo"), pero no estoy yo para desvíos. De modo que sigo subiendo y bajando.




Paramos un poco en Santibáñez del Val y aquí sí echamos un vistazo a su cementerio, que no estamos acostumbrados por el sur a ver lápidas en la tierra tal cual.




Y tras un leve descanso y los saludos al cartero seguimos subiendo hasta Santo domingo de Silos, que nos recibe con con sus impresionantes muros en torno a la abadía. Es sin duda un lugar turístico pero no hay demasiado jaleo un viernes a estas horas y es un placer andar por este lugar.










 

En estas estamos cuando empiezo a plantearme quedarme aquí a escuchar a los monjes en sus cantos. Son a penas las doce y media y el acto del medio día empieza a las dos menos cuarto. Sé que lo que me queda hoy es duro y no quiero entretenerme mucho. Una pena no haber estado para el de la mañana. Ahora es cuando me arrepiento de no haber hecho noche aquí, aunque no creo que hubiese podido con mis escasas fuerzas. En fin, hay que dejar algún motivo para volver y este es uno importante.

Pregunto a la salida del pueblo por una fuente porque no me apetece volver a subir otra vez a la plaza. Y me voy a donde me mandan porque además me cuentan que es un lugar perfecto para sentarse a descansar un poco.




Y allí es donde me encuentro con Arturo, que está pastoreando a sus vacas junto a su eficiente pastor alemán. Me siento con él a la sombra de unos álamos y charlamos de lo humano y lo divino, y el tiempo que no quise perder con los monjes lo "gano" con este buen señor. Lo más curioso del asunto es que va montado en una bicicleta de montaña de gama alta, y evidentemente se interesa por mi montura. Resulta ser el padre de un conocido y laureado ciclista de montaña cuyo nombre no recuerdo ahora.

Hablamos de su duro trabajo y le dejo echar una siesta mientras relleno mis depósitos de agua y sigo mi camino hacia el desfiladero de la Yecla, al inicio de una fortísima subida hasta Peñacoba.




Son más de la una y media cuando paso el desfiladero y hay que ir pensando en la comida. Al llegar a Peñacoba, ya pasadas las dos y media, me encuentro con tres encantadoras señoras que estaban en un banco tomando el sol del medio día, y tras saludarlas con un "buenas tardes, qué bien estamos aquí, ¿no?" nos echamos una charla y unas risas. Me dicen que si busco un bar o una tienda para comer algo voy a tener que volver a Santo Domingo, porque puede ser que no encuentre nada más hasta Hontoria del Pinar, que es a donde pretendo llegar. Al menos en la plaza del pueblecito hay una fuente para rellenar agua, que con tanta cuesta y tanto calor a medio día se acaba rápido. Como es lógico no voy a volver a bajar a Santo Domingo y sigo adelante con la esperanza de encontrar algo en algún pueblo próximo.




La diferencia de temperaturas entre el día y la noche puede llegar a los veinte grados en esta zona. Aún así me mantengo mínimamente abrigado porque tras las sudadas de las subidas no quiero enfriarme demasiado en las vertiginosas bajadas, que también las hay.

Pedaleando pedaleando llego a Mamolar. Aquí es donde me desvío del Camino del Cid para ir a conocer el cercano Cañón del Río Lobos, que siempre fue un sitio que me atrajo de una extraña manera.

Y llego al centro del pueblo y veo con agrado que el local social del ayuntamiento está abierto, y es un bar. Entro con gran revuelo de los presentes y empiezan las preguntas y las chanzas, a las que respondo con agrado y con la mayor agudeza de que soy capaz estando al punto del desfallecimiento. Pido algo de comer y mi gozo en un pozo. Me dicen que no tienen nada de comer que puedan servirme. Pero tras mi insistencia me ofrecen paquetes de patatas fritas, o frutos secos, o aceitunas. Ante tal abanico de posibilidades me decanto por una cerveza, unos frutos secos y un plato, eso sí, muy bien servido, de aceitunas. Me zampo aquel tentempié hablando con los tertulianos de la vida en el lugar y de los pormenores de mi viaje. Pero con la esperanza de encontrar algo más consistente que llevarme al buche salgo pronto para el próximo pueblo.

Esta vez casi todo de bajada llego a Pinilla de los Barruecos y vuelvo a darme de bruces con la realidad. Hay una especie de bar-tienda pero está cerrado.




Ni un alma en la calle. Pero escucho voces humanas en una casa cercana y me acerco a preguntar. Con cierto recelo me responden lo que ya me habían dicho antes; difícilmente encontraré algo antes de Hontoria. De modo que me siento a la sombra y me como algunas gominolas que llevaba desde el primer día. Al menos metemos azúcar en el depósito.

Y a pedalear se ha dicho. Salimos ahora del asfalto para recorrer un camino que nos llevará hasta La Gallega. Es un tramo precioso que aunque a veces se hace un poco duro merece la pena y se pasa en un suspiro. Por aquí también, como en muchas otras ocasiones a lo largo del viaje, coincido con alguno de los caminos de Santiago.






Vuelvo a preguntar en La Gallega por algún sitio donde comer, pero seguimos en las mismas, aunque ya no importa mucho porque cerca de las cinco de la tarde estamos a tiro de piedra de Hontoria del Pinar.

Cuando llego pregunto a la primera gente que veo por sitios para comer y alojarme de forma económica (porque lo que he visto por internet es caro de cojones o está ocupado), y me mandan directo al Chato, que dicen que allí puedo comer seguro y si hay suerte me alojo barato, porque aquí también están de fiestas y no están seguros.




Pedazo de bocata de lomo con pimientos que me meto pal cuerpo. Además hay habitaciones libres a buen precio y me guardan la bici en el almacén-garaje. Es un bar de ambiente rural lleno de rudos cazadores. Un sitio un tanto justito, pero es lo que busco. Comer y dormir decentemente por poco dinero será otro de los retos del viaje.

Aquí, aprendida la lección, me avituallo para el día siguiente y hago las compras necesarias para que no me pase lo mismo con la comida. Después me voy a cenar esperando una buena carne a la brasa que me avisaron que tendrían, pero pasadas las nueve no hay brasas y ceno ligero porque comí tarde y me voy pronto a intentar descansar.




Y digo a intentar porque el bar está hasta los topes y hasta pasadas las doce de la noche no dejo de escuchar la fiesta que se traen los de abajo.

Al menos el día ha sido más fácil gracias al cambio de los tracks y hasta el viento ha ayudado en el pedaleo.




 







Día 3. Hontoria del Pinar - El Burgo de Osma.
Sábado 28 de septiembre de 2019.
 

Abandonamos por una noche y un día el Camino del Cid. Dejamos ayer a las mesnadas del bienhadado Campeador en el desfiladero de la Yecla, pasada menos de una legua desde Santo Domingo de Silos. Nos desviamos hasta Hontoria del Pinar por entre bosques y poblados. Desde esta puerta norte del Cañón del Río Lobos recorremos la mágica senda hasta la ermita de San Bartolomé de Ucero. Teníamos una cita con los hermanos templarios. Hemos vuelto ya a encontrarnos y descansamos con el Cid y sus huestes en El Burgo de Osma. Pasamos la noche en esta hermosa ciudad amurallada para seguir mañana acompañando los pasos del bien barbado.

La etapa de hoy es la más esperada. No sabía nada del Camino del Cid, nada esperaba por tanto. Pero algo había visto, leído, o escuchado del Cañón del Río Lobos y quería conocerlo. Por alguna razón, cuando pensé en este camino pensé que el cañón formaría parte de la ruta del Cid, pero no, y afortunadamente. Me alegra en cierto modo tener que dejar ese constructo turístico que es el Camino del Cid para llegar hasta este parque natural. Creo que éste es el verdadero motivo que me trajo hasta el norte a hacer este viaje, y aquí estamos.

Es la etapa más fácil a priori aunque tengo mis dudas sobre la ciclabilidad de los senderos que discurren por el cañón, aunque ya varios me han dicho que no habrá problemas, pero no me fío de nadie.

Antes del amanecer me despierta lo que parece una jauría de perros con sus intensos e insistentes ladridos. Inmediatamente los asocio a los cazadores del día anterior. Procuro seguir descansando entre ladridos y gritos de cazadores metido en la cama hasta que suene el despertador.

Tras preparar la bici y recoger todo me voy de nuevo al supermercado a comprar pan y alguna cosilla más, y al bar a desayunar a las nueve y media, que es cuando llega el pan. Llevo estos días preguntándome qué desayuna la gente aquí, porque nunca hay pan a primerísima hora y me miran raro cuando pido tostadas. Pero eso es lo que desayuno, tostadas con aceite y tomate y un buen café con leche. Me dan las diez para salir al camino.

Antes de meterme de lleno en faena paro en el puesto de información, que ya veo abierto, y tras una interesante charla, con los folletos y mapas a cuestas, me voy al cañón. Entro después del puente romano por el aparcamiento de caravanas, y allí me encuentro a una pareja de ciclistas preparándose para la ruta. Bicicletas de gama alta, de las que cuestan un riñón, y equipados como si fuesen a una competición. Le hacen mil fotos a mi mula y mil preguntas a mí. No tardo en dejarles con sus cosas y me despido de ellos suponiendo que me adelantarán más pronto que tarde.




Voy a seguir el curso del río hasta Ucero, por lo que la etapa va a ir siempre en un leve descenso, cosa que es muy de agradecer. Voy al revés que la mayor parte de la gente que hace este recorrido y poca gente hace este tramo entre Hontoria y el Puente de los Siete Ojos.

No tardo en ver las primeras formaciones geológicas que caracterizan este lugar. El paisaje kárstico ya apunta maneras y las caprichosas formas te van trayendo a la mente otras formas más cotidianas y pornográficas a las que se parecen.

Los pinos y sabinas flanquean los senderos de esa forma en la que uno sueña recorrer los bosques de países lejanos, pero aquí, al lado de casa.




La primera parte es suave, ancha y húmeda. El espacio entre las paredes del cañón es amplio y hay lugar para pequeñas praderas entre el río y las arboledas. Voy parando cada poco para hacer fotos, explorar alguna cueva poco profunda o adentrarme a pie en el bosque.




El parque está bien cuidado y señalizado y eso se noca en cada metro que pasa. Se conserva una reconstrucción de un chozo de resineros que nos muestra uno de los aprovechamientos tradicionales que se han hecho de estos bosques.




El entorno es espectacular y no puedo evitar apartarme de los senderos para bichear un poco entre los árboles. Me encanta el lugar y estoy disfrutando de lo lindo. Pasear por aquí es algo que tiene que hacer todo el que tenga la más mínima oportunidad.




Cada poco tiempo hay que vadear el río que en esta época del año está casi seco en superficie en este primer tramo. El cañón es prácticamente para mí solo. Olores, colores, sonidos... Es un disfrute para los sentidos. Y tranquilidad absoluta. Se escuchan las aves, se huelen los pinos, se siente el sendero... Parece que me hubiese metido entre las páginas de un cuento.

De repente un perrete me sale al paso y al poco veo bajar de un sendero por entre los cortados a un tipo con pinta de montañero que resulta ser un vasco enamorado de este parque y que se viene por estos lares siempre que se puede. Descanso un poco charlando con él y me hace casi la única foto del viaje en la que salgo yo.




Seguimos por senderos que a veces se complican y por pasos muy técnicos en los que se hace inevitable tener que bajar de la bici e incluso cargar con ella al hombro. Pero la magia del lugar lo hace todo muy fácil.
 

 











Casi sin darnos cuenta nos plantamos en mitad del recorrido del cañón. Los espacios se abren. Identifico claramente a los buitres y creo ver algún águila real, y cuervos sin duda.

Todo es pasar el Puente de los Siete Ojos, algo después de las doce del medio día, y comenzar a ver gente que viene en sentido contrario y que sin duda tiene como fin de su ruta el mismo puente. Según avanzo aumenta el número de personas en parejas, grupos, en bici, con niños y de todas las maneras imaginables van llenando los senderos con un trasiego que me hace parar muy a menudo. Es sábado. Aún así se puede seguir disfrutando del lugar en una relativa tranquilidad.






El día es espléndido y todos queremos disfrutarlo. Voy cediendo el paso a todo el mundo y sigo despacio y con paciencia a los senderistas que no advierten mi presencia. Y de frente me encuentro con los chicos del aparcamiento de caravanas que no me han adelantado, sino que están haciendo una ruta circular y han entrado al cañón por la parte de la ermita. Paran e intercambiamos impresiones. Ya me avisan de que la zona de la ermita es un hervidero de gente porque al parecer hay una boda. Me cuentan lo bonito que es lo que ya han recorrido y les aviso de que lo que les queda, casi sin gente en el camino, es sin duda mucho mejor.






La segunda mitad cañón abajo es impresionante también, pero más por las formaciones kársticas que por la naturaleza, que aún así sigue siendo un rincón idílico. Sorprende el colmenar de los frailes. Hay que estar atento e ir con calma para no perderse detalle. Las aguas tranquilas se adornan con lo que parecen nenúfares y otras plantas acuáticas.

A medida que me acerco a la ermita de San Bartolomé aumenta la densidad de visitantes. Sin darme cuenta la tengo ante mí, pero tanta gente me frena y voy antes a la Cueva Grande.




Me voy acercando a la ermita y efectivamente esto es una romería, bueno, la boda que me avisaron. No me imaginaba encontrarme aquí a un par de cientos de personas vestidas de gala celebrando una boda, pero aquí están. Una pickup en el centro de la explanada eleva al primo de la novia que grita eufórico: ¡Se ha casado mi prima. Cerveza para todos! A lo que propios y extraños responden arremolinándose alrededor de los toneles llenos de hielo y cervezas de los que el primo iba repartiendo a los presentes. Yo me alejo en sentido contrario y me acomodo bajo un árbol a comer las cosillas que llevaba a cuestas para la ocasión.




Y a esperar que la masa se disuelva mientras me zampo las reservas. Poco a poco los invitados van abandonando el lugar y los novios hacen lo propio tras las fotos de rigor. Todo va quedando más tranquilo.




Me acerco a la puerta de la ermita, que afortunadamente permanece abierta tras el evento y la visito con toda la tranquilidad del mundo.












Hay controversia al respecto pero las propias guías del cañón cuentan que es ésta una ermita del siglo XII, la antiguamente llamada de San Juan de Otero y atribuida a la Orden del Temple. Los estilos románico y gótico se mezclan en su construcción y los famosos rosetones denotan una marcada influencia árabe. Sin duda el paraje donde se enclava es privilegiado y parece que la cueva cercana fue en su día lugar de diversos ritos paganos. Las leyendas y teorías alrededor de este lugar llenan páginas y páginas.

Y es hora de seguir camino, que no sólo de espiritualidad vive el hombre. Ucero está hasta la bola de gente y parar aunque sea a tomar la deseada cerveza relajante es ya un reto que se antoja insuperable. Tras un par de vueltas por el pueblo decido aguantar a base de agua y seguir camino lejos de las aglomeraciones. Pillo el camino al sur y subo la única y leve dificultad del día al pasar por Valdelinares.




El oasis de paz y burbujas lo encontraré en Sotos del Burgo a eso de las cuatro de la tarde. Lo cruzo desértico. Paso junto a una cortinilla de esas de tiras típicas de algunas tascas de toda la vida tras la que escucho el sonido de una televisión y el golpeteo de la vajilla al ser fregada. Bajo de la bici y cruzo la cortinilla para entrar a la dimensión conocida de los sitios que te acogen de puta madre. Cerveza al canto, tapa, conversación con un señor que fuera guarda del parque que acabo de visitar y energías repuestas. Y al Burgo de Osma que está a tiro de piedra.




Hay albergue pero sólo admiten grupos. No lo entiendo, pero bueno, es lo que hay. El sitio es turístico y caro, pero de nuevo me informan desde Sevilla de que tengo un sitio barato en un hostal de carretera a la salida este del pueblo. Y allá que vamos. Un sitio tranquilo, limpio, y con la bici a buen recaudo en una nave contigua.

Meriendo bien, descanso, me aseo y con la bici me voy a hacer turismo al pueblo. Poca gente por las calles y un sitio muy recomendable para visitar.












Reviso mis planes para el resto del viaje y ceno en el bar del hostal un par de pinchos y más tarde en la habitación alguna cosilla que aún me quedaba del mediodía. Los planes no dejan de ser estimaciones, porque nunca se sabe lo que te puedes encontrar cada día, pero me quedo más tranquilo teniendo más o menos claro donde andaré los próximos días.




En estos sitios hay ruidos hasta tarde y comienzan bien temprano, pero descanso bien. Las noches son frías y hay que dormir abrigado, algo que me gusta después del verano de mi tierra. Ya estoy de nuevo en el Camino del Cid.












Día 4. El Burgo de Osma - Berlanga de Duero.
Domingo 29 de Septiembre de 2019. Día de San Miguel.


Andaba yo acordándome estos días del en buen hora nacido, y bien barbado también, caballero Don David Menaza. Porque sé que hubiera disfrutado de lo que estos caminos nos ofrecen, y especialmente hoy, día de poderosos castillos, al entrar sobre todo en la grande fortaleza de Gormáz, que a buen seguro le placería y tendría muchas y buenas historias que contarnos.

Tras abandonar el castillo del Burgo de Osma, y reponer fuerzas en Gormaz, dormimos esta noche bajo los rotundos muros del castillo de Berlanga de Duero. Aquí alimentaremos bien a las bestias y a nosotros mismos, descansando mañana para recuperar las fuerzas que sin dudar nos exigirá Don Rodrigo, que en buena hora ciñó espada, antes de que cumpla el plazo del destierro.


Hace frío con cojones esta mañana. Desayuno relativamente bien y salgo no muy tarde. Cruzo de nuevo el pueblo mientras veo salir el vaho de mi boca. La salida de El Burgo es muy bonita pedaleando por la ribera del Ucero entre el Castillo de Osma y la atalaya de Uxama.




No tardamos en alcanzar La Rasa, que no tendría nada de espacial si no fuese porque de pronto te encuentras con enormes e inacabables extensiones de manzanos perfectamente alineados dentro de una especie de pérgolas de protección cubiertas de unas redes y cambiando un paisaje natural por otro absolutamente artificial. A punto estoy de bajar de la bici y coger una de esas tantas manzanas que hay en el suelo y que tan buena pinta tienen, pero me da a mi que estas deben estar de pesticidas hasta las pepitas.

Tras varios kilómetros de explotación intensiva de manzanas cruzo el Duero justo para ver la Atalaya de Navapalos, perfectamente situada para vigilar el vado del río. Dicen que fue aquí donde al Cid se le apareció el arcángel Gabriel: "Venida la noche, el Cid se acostó, y un dulce sueño empezó a invadirle, adormeciéndole profundamente. En una visión, vino a su lado el ángel Gabriel: —Cabalga —le dijo—, cabalga, buen Campeador, que nunca varón alguno cabalgó con más suerte. Todo te ha de salir bien mientras vivas."




Subo al pueblo y lo recorro con la bicicleta. Hay una familia de turistas. El pueblo parece abandonado pero tiene un par de casas que tienen toda la pinta de haber sido rehabilitadas. Tras charlar con la familia de sorianos que anda pasando el fin de semana conociendo estos lugares vuelvo a adentrarme entre las ruinas hasta una de las casas que parece habitada y que, además, cuenta sobre una de sus puertas con el distintivo del Camino del Cid.




Tras llamar a la puerta suenan unos ladridos y aparece un chico que amablemente me cuenta un poco de lo que andan haciendo allí. Al parecer el pueblo ha sido centro de estudios sobre arquitectura bioclimática, y una parte del pueblo ha sido rehabilitada conforme a dichas técnicas, que tienen el adobe como principal elemento constructivo. Hay ahora cinco habitantes en el pueblo. Nada más entrar puedes ver algún puesto de fruta y verdura ecológica.

Antes de irme me recomienda el chico que me pase por la cercana fuente donde puedo descansar y reponer agua. Así lo hago.






Tras el refrescante descanso, ya a eso de las once de la mañana, sigo camino para subir un inesperado y corto pero intenso puerto desde el que disfrutar de las vistas de esta parte de la ribera del Duero.




Tras el puerto volvemos a bajar al entorno del Duero y ya podemos divisar, dominando todo alrededor, la gran fortaleza califal de Gormáz, a la que llegaremos ya cerca de la una del medio día..




El sol ya calienta de lo lindo y a medida que me acerco a Gormáz voy fantaseando con una cerveza bien fría que me cargue las pilas.




Veo un bar desierto pero con montones de botellines en el exterior. Por cierto, con un castillo de fondo, pero eso era lo de menos ahora. Me lanzo al local y al llegar a la puerta me la encuentro cerrada. Me deprimo. Me hundo. Me cago en to. Y como veo alguna gente allí cerca enfrascada en construir un muro, pues voy a preguntar. No sé cómo me las apaño pero siempre llego a sitios en fiestas. Anoche la hubo aquí y por eso está cerrado hoy, pero uno de los presentes debió ver mi triste expresión y mientras abandonaba el lugar me dijo que esperase un momento. Vuelve en un par de minutos cargado con grandes y frías latas de cerveza. El mundo es maravilloso.




Allí estaban Evi, el que controlaba el tema, y sus subalternos, unos madrileños que tenían casa allí. El tal Evi es todo un personaje. El jefe del pueblo le nombré yo. Un tío currante, ágil de mente, y muy buena gente. Charlamos todos mientras disfruto de la cerveza y me voy haciendo a la idea de la subida que me espera a la fortaleza. El cachondeo es tremendo y todos bromean con mi expedición. Evi me pide que le baje algunas piedras del castillo para el muro. En fin, que nos echamos unas risas. Y tiro para arriba avisado de lo que me espera.

Pasada la ermita de San Miguel viene lo bueno, y no tengo absolutamente ningún problema en echar pie a tierra y ponerme a empujar la bicicleta. Tela. Pero las vistas ahí arriba merecen la pena.

 




Disfruto un rato del enclave sin dejar de preocuparme por la bici, a la que dejé fuera de las murallas esperándome desprotegida. Y no tardo en bajar de nuevo al pueblo a reencontrarme con la gente de antes. Evi me dice que me sella el salvoconducto y le acompaño al ayuntamiento mientras me va contando algunas cosillas del pueblo y sus gentes (mejor no reproducirlas aquí). Le pregunto por el albergue, al que desde semanas antes ya me dijeron que estaba completo. Les escribí unas semanas antes porque me interesaba hacer noche aquí, pero no pudo ser. Me sorprendía que fuese así viendo lo desierto del lugar. Me explica que había una boda y que los invitados llenaron el albergue. Sorprendido, molesto y reflexionando sobre el asunto sigo paseando por Gormáz y hablando con quien yo pensaba que se llamaría Evaristo y que resultó ser Jesús (de canción de Extremoduro, vaya).

Me dicen que probablemente en Quintanas de Gormáz encontrase un sitio donde comer. Y allá que voy ya pasadas las dos. Al llegar a la plaza mayor veo el oasis donde los niños juegan con sus bicis mientras los padres vacían botellines de Mahou. De cabeza me meto allí y ya al entrar los paisanos me gritan "¿Dónde vas con esa sudada, si ya vais todos con bicicletas eléctricas?". Les río la gracia y les sigo el rollo a los jóvenes del lugar en sus chascarrillos. Me pido unas buenas cervezas y una enorme ensalada que tuve cojones de terminarme.

Me despido con alguna broma y felicitación a un tocayo por su onomástica y sigo camino por una preciosa carretera secundaria entre pinares. Vuelvo a cruzar el Duero y sigo viendo en la lejanía la imponente silueta de la fortaleza de Gormáz vigilándolo todo en kilómetros a la redonda. Paso por pueblitos en los que sólo parecen vivir algunos gatos y voy parando a refrescarme y descansar de cuando en cuando.




Tras algún despiste en un cruce y alguna nueva fuerte subida y me planto en Berlanga de Duero con el viento a favor. Voy preguntando por el albergue, que según Inma era la mejor opción, y cruzando el pueblo de cabo a rabo sin pararme mucho.




El albergue está bastante a las afueras del pueblo pero, quizás por eso mismo, no puede ser mejor sitio para descansar. Al llegar me encuentro a un tipo junto a una furgoneta y pregunto por Andrés, el encargado del albergue, del que ya sabía gracias a Inma. Andrés aparece al instante y nos presentamos todos. Sergio es el dueño de la furgo camperizada. Somos los únicos tres ocupantes del albergue.

Como Andrés vive en un módulo apartado y Sergio hace vida en la furgo tengo el albergue prácticamente para mí sólo. Elijo litera, limpio un poco y me acomodo con la bici a los pies de la cama rememorando aquella "cuerdiana" escena de la Vespa con sidecar.

Me invaden los recuerdos del Camino de Santiago y las sensaciones de agradecimiento a la vez que de incomodidad, inquietud e inseguridad que siento en los albergues. Lo cierto es que te acostumbras, pero me paso la tarde rezando para que no venga nadie más y descansar así de tranquilo.

Son las cinco de la tarde y por fin puedo darme una ducha y descansar. Mas tarde saldré a dar una vuelta por el pueblo y a cenar. Esto último parece fácil pero o está todo cerrado o no sirven cenas, de modo que como no he comprado nada para alimentar el cuerpo tengo que conformarme con un par de tapas frías y sus respectivas cervezas, que serán suficientes para no desmayarme, pero hasta que me pusiesen pan resultó un ejercicio de persuasión bastante complejo.










Esta misma tarde me hablan de la ermita de San Baudelio. Estaba a pocos kilómetros en el camino de debía seguir así que lo dejo para la siguiente etapa.

A mi vuelta al albergue, ya de noche, me encuentro a Sergio terminando su cena en la furgo y me invita a un chocolate caliente que con el frío que estaba haciendo a esa hora sentaría de lujo, al rato se nos une Andrés y echamos un buen rato de charla antes de dormir.

Es un buen sitio para descansar, de modo que el día siguiente lo pasaré en Berlanga de Duero haciendo turismo e incluso un poco de geocaching.











Día 5. Berlanga de Duero.
Lunes 30 de Septiembre de 2019. Descanso.

Cuentan que mañana puede haber tormenta. Y cuentan que será duro el camino. Ya empiezan a asomar las nubes en los cielos de Soria. Al Apóstol Santiago y al Arcángel San Miguel me encomiendo. Que ellos me empujen en las largas subidas y me den refugio bajo las tormentas.

Siguiendo los consejos del caballero Menaza, cambiaré mi ruta para pasar mañana por Rello, con esto ahorraré un par de altos puertos además de acortar el recorrido, que no solo vendrá bien para no menguar mis fuerzas, sino también para estar el menor tiempo posible expuesto a las inclemencias del tiempo. Y dicen que tampoco me pierdo gran cosa que por el otro lado hubiese. 

"Pasó el día, vino la noche, y [esta] mañana brilló claro el sol. Entonces mandó el Campeador a los suyos que preparasen comida para todos. Y con tanto gusto obedecían al Cid, que trabajaban con mucho acierto; en [cinco días] por lo menos no [habíamos] probado mejor comida."

No suele uno dormir demasiado en lugares como estos de modo que nos levantamos relativamente temprano. El plan es sencillo: Descansar. Y ya que estamos hacer un poco de turismo y disfrutar de lo que este pueblo pueda darnos.




Un café y salgo con el frio de la mañana, aunque el sol tarda poco en obligarme a soltar el abrigo. Y me lanzo a las murallas del castillo a buscar el caché que alguien a dejado por allí.




Merodeo largo rato disfrutando de las vistas y sin encontrar nada, de modo que decido dar la vuelta a la muralla y para mi sorpresa me veo dentro del recinto del castillo sin pasar por taquilla. Encuentro el caché y para no desandar lo andado decido visitar el castillo (cosa que pensaba hacer de todas formas).




Tras un buen rato recorriendo cada rincón del recinto, trasladándome por momentos a los escenarios de las aventuras del Credo del Asesino, desciendo a la salida para pagar mi entrada, a destiempo, y cumplir como buen ciudadano. Para mi sorpresa nadie abre la puerta de entrada (y de salida) y me temo que tendré que salir por donde entré. Pero juego un poco al ratón y el gato con la persona encargada del acceso, que claramente no está muy conforme con mi invasión y no quiere dejarme salir por el camino corto. Le pillo en un renuncio y le señalo entre bromas que los moros se les están colando por la retaguardia.

No parece gustarle la broma a la muchacha pero le hago ver mi nula intención de colarme y le explico que mi insistencia en salir por donde no entré de debe exclusivamente a mi intención de colaborar en el mantenimiento del monumento y pagar religiosamente mi entrada. Le sugiero que ponga en conocimiento de quien quiera que sea que cualquiera con un poco de curiosidad acabara entrando irremediablemente por la parte trasera y que al menos deberían señalizarlo convenientemente. Me dice que no es necesario que pague la entrada pero le insisto y tras el pago continúo la visita al pequeño centro de interpretación que tienen allí montado. Finalmente todo se salda con un par de sugerencias, muchas sonrisas y recíprocos buenos deseos.




La visita del castillo me lleva más tiempo del esperado, así que me voy a hacer la compra para comer en el albergue y no hacer demasiado gasto. Tras salir del supermercado un intenso olor a pan del de verdad golpea mi pituitaria amarilla. Me lanzo a la panadería justo al lado de la colegiata. Buen producto y mejor trato.

Al albergue se ha dicho. Comida, descanso, lectura, planes...








Y por la tarde a la Colegiata de Santa María del Mercado, donde una amabilísima señora me puso al día de las maravillas que allí se esconden. Impresionante sin duda. Y como anécdota que me devolvió de repente a Sevilla me encuentro en una pared al "lagarto", un cocodrilo o caimán, o qué sé yo, que trajo vivo a la ciudad uno de sus ilustres hijos, Fray Tomás, Tercer Obispo de Panamá, descubridor de las Islas Galápagos, Consejero de Carlos V e, incluso, se le atribuye ser el ideólogo del Canal de Panamá, ahí es nada. Sobre el cocodrilo hay alguna leyenda que cuenta que anduvo escapado y se comió a algunas doncellas que inmoralmente salieron por las noches en busca de amoríos.




Vuelvo pronto al albergue para cenar y descansar. Mañana volvemos a la carretera, pero cambiando los planes por consejo de David Menaza, que al tanto de mi correrías me recomienda visitar Rello. Como no dudo de su criterio le hago caso sin rechistar.







Día 6. Berlanga de Duero - Atienza.
Martes 1 de Octubre de 2019.

No os lo creéis , pero hoy he visto pájaros volando de culo, os lo juro. El viento se ha propuesto putearme el día entero. Al menos no ha llovido.
Finalmente la nueva ruta para conocer Rello ha sido algún kilómetro más larga que la original. Pero sin duda ha merecido la pena. He tenido sin duda el mejor guía posible. Don Feliciano, de 94 años, al que me he encontrado cogiendo leña en el pajar y que me ha enseñado todo el pueblo y me ha llevado andando hasta la carretera que debía tomar de vuelta para asegurarse de que no me perdía.
Una ruta rompe piernas donde las haya, pero bonita como ella sola.
Parece que Atienza no recibe bien a los viajeros mochileros. He acabado en las afueras  viendo el pueblo allá en lo alto. No sabría describir muy bien el sitio en el que estoy;  ¿lupanar, prostíbulo, mancebía, casa de citas, burdel? De cualquier forma es un sitio raro de cojones. No creo que vuelva a subir al pueblo. 
Ya estamos en la provincia de Guadalajara. Acabado el Camino del Destierro comenzamos con el de Tierras de Frontera.


Nos levantamos sin demasiada prisa y tras recoger todo nos despedimos de Andrés y tiramos para el pueblo a desayunar en la Plaza Mayor. Desayuno ligero, que a estas horas no entra nada y, además, no conviene a nuestros quehaceres. Aquí voy viendo en qué consisten los desayunos locales. Una chica muy delicada se pide unos torreznos descomunales sin inmutarse lo más mínimo.

Salgo con la esperanza de poder visitar la ermita de San Baudelio, y en menos que canta un gallo me planto a sus puertas. Nadie diría que aquella solitaria, sobria y pequeña edificación, en aquel desolado paraje, esconde la joya que esconde. Pero no podré visitarla porque, desgraciadamente para mí, cierra los martes. En ese momento no sabía nada sobre esta ermita, pero más tarde, al documentarme un poco, me arrepentí tremendamente de no haber ido el día anterior. Un sitio "Mágico" sin duda". Creo que, en el momento, me fastidió más haber subido allí para nada que el hecho de no poder visitarla.




Ciruela, Casillas de Berlanga, Caltojar, La Riba de Escalote... Nombres que a un andaluz le suenan extrañísimos. Sigo camino de Rello, una recomendación de David que, conociéndole un poco, no puedo dejar pasar. Campos de Soria que van pasando tranquilos y que son como una medicina para el estrés. En este tramo hay un pequeño paraje que merece bajar el ritmo y disfrutarlo: Las Hoces del río Escalote son el paraíso para una gran variedad de aves.






Llego a Rello por su puerta norte, así que casi no la veo al llegar y apenas distingo de primeras lo que me espera. Casi sin darme cuenta estoy en el interior de una villa desierta, entre estrechas calles que pareciera que se hubiesen congelado en el tiempo hace unos cuantos siglos.




Paseo un rato por estas callejuelas saludando apenas a una o dos personas. El silencio sólo se rompe con el canto de algún pájaro o las leves charlas de algunos vecinos tras las celosías. Y siento la inquietud de ver a alguien, alguien que me confirme que aún es un pueblo con vida. Callejeo buscando a alguien a quien hablar. Es muy extraño no ver a nadie por las calles. Es mediodía y debería haber más movimiento. Si buscas un sitio tranquilo no encontrarás otro igual.




En estas andaba cuando tras la tapia de lo que parece un corralón escucho ruido de golpes y me parece que alguien anda trasteando. Sin pensarlo mucho me acerco a la puertecilla de madera y la empujo con cuidado saludando a quien pudiera estar allí. Veo a alguien moviendo leña de un sitio a otro, lanzándola más bien. Tras tres o cuatro saludos se da la vuelta un hombre mayor, muy mayor, que ya con la sonrisa puesta me pregunta si puede ayudarme en algo.




La excusa es la misma de siempre, aunque esta vez sí es cierto que las improvisaciones me tienen un poco despistado con el camino a seguir, así que le pregunto a Feliciano, que así se llamaba el buen hombre, por el mejor camino para continuar hasta Barcones camino de Atienza.




Feliciano no sólo muestra su intención de mostrarme el mejor camino, sino que muy amablemente se dispone a hacer de cicerone y me acompaña en una visita rápida por el pueblo, presentándome a más de un longevo vecino y explicándome cómo es la vida por allí. Quiere llevarme hasta el camino que según él es el mejor para ir con la bicicleta. A pesar de mi insistencia en que no se moleste en dejar sus cosas y acompañarme hasta las afueras del pueblo, Feliciano es tozudo, y tengo que ceder a sus encantos. Feliciano tiene 94 años y ciego de un ojo, pero a pesar de su avanzada edad me cuesta seguirle el ritmo mientras empujo la bicicleta.




Antes de irme me despido muy agradecido de Don Feliciano y cojo la dirección contraria para ver el pueblo desde la carretera que lo rodea por el sur. Merece la pena esta bajada con su posterior subida para ver la magnífica estampa del pueblo asomado a su balcón.




Seguimos en esta etapa que por nuestro desvío se hará un poco más larga de lo planeado. Hago caso a Don Feliciano y vuelvo por donde vine hasta La Riba y después a Barcones. Esta es otra etapa rompe piernas con desniveles no muy grandes pero continuos. Me encanta Soria pero por desgracia ya se termina y nos dirigimos a la provincia de Guadalajara, que ya no queda lejos.




Pequeña parada en Barcones, su iglesia, su ermita y su cementerio para despedirnos de las tierras sorianas.








El viento no da tregua y estoy deseando dar fin a esta etapa contra los elementos. Una hora después estoy a tiro de piedra de Atienza.




No veo la hora de refrescarme y descansar. Voy en busca de un albergue que sé que hay en la localidad, pero cuando llego al lugar indicado lo encuentro abandonado y cerrado. Me voy entonces a la plaza de España, junto al Ayuntamiento, y allí como algo y pregunto a los locales por algún lugar en el que quedarme. Está complicada la cosa, porque los sitios que me indican parecen ser bastante caros. Puedo pagarlo, claro, pero es que no lo necesito. La Guardia Civil me informa de un lugar a la salida del pueblo.




A veces, cuando llegas a los sitios, notas enseguida si eres bien recibido o no, y en este caso parece que todo se conjura para que no que quedes allí demasiado tiempo. Notas cierta hostilidad en el ambiente. Parece que si no vas enseñando billetes no eres de fiar aquí.

El pueblo parece bonito, pero voy antes que nada a buscar el sitio que me señala la Benemérita. Cuando llego parece reinar el caos allí. Es un motel, hostal, o algo parecido, que está cerrado. Me dirijo al bar-restaurante contiguo y pregunto allí. Son ellos quienes lo llevan, o eso parece. Las camareras son extranjeras, rumanas diría yo, y un hombre que hay tras el mostrador me dice que sí, que hay sitio, que está abierto y que me quedo allí. Pero antes le pregunto el precio adelantándole que busco algo barato. El señor me pide veinte euros y yo no lo dudo mucho. Le doy un billete porque no aceptan tarjetas y sin darme recibo ni nada parecido me lleva a mi habitación.

La entrada del local es muy extraña. La decoración mezcla imágenes de santos a tamaño real con armaduras y cortinajes de lo más hortera. Juraría que este el el lupanar del pueblo. Al menos la habitación no está demasiado sucia y es amplia y tranquila.






Dedico la tarde a descansar y no vuelvo al pueblo que siento que no me quiere entre sus calles. Sólo le echo un vistazo más desde el hostal.










Día 7. Atienza - Jadraque.
Miércoles 2 de Octubre de 2019.


Ha sido hoy un día más fácil de recorrer que los anteriores. Hemos pasado el "robledal de Corpes, de bosques altísimos, cuyas ramas suben hasta las nubes, y rondados por abundantes fieras. Allí encontramos un vergel y una limpia fuente". Ya están las mesnadas descansando y los hombres se ven bien comidos y contentos, que tendrán hoy tiempo para estar ociosos y reponer fuerzas, puesto que hospitalaria y sin tacha ha sido la acogida en Jadraque

Íbamos camino de Sigüenza cuando pasado el río Henares manda el bienhadado parar y dice a Álvar Fáñez: "Abrid la vanguardia con doscientos hombres. Y que os acompañen Álvar Álvarez y Álvar Salvadórez, caballero sin tacha, [Mija'el Pérez, el del palafrén con ruedas] y Galindo García, valiente lanza; acompañen a Minaya los buenos caballeros. Arremeted con osadía, no os haga el miedo perder la presa. Por Hita abajo y por Guadalajara, alargaos hasta Alcalá , y aseguren todas las ganancias, no vayan a perder presa por miedo de los moros.

Bien que me plugo estar yo entre los doscientos elegidos, pues de sobras es sabido que soy súbdito de Almutamiz, Rey de la taifa de Sevilla. Mandome mi señor como muestra de agradecimiento para servir a Ruy Díaz en lo que le fuese menester.

No serán del agrado de Almutamiz las correrías con que el Cid busca ganancias y heredades a costa de sangre mora. Mucho recelaba y se temía lo que los hechos ya muestran cuando ataca el Ruy las taifas del norte. La mirada del de la luenga barba ha cambiado y ya no se sabe si es justicia, venganza, o avaricia lo que asoma desde el fondo de su alma. No es de extrañar que a no mucho tiempo acabe entrando en Valencia, pues así parece rondarle la cabeza, que bien ganado se tiene el apodo de Campeador y tal parece su afán por recuperar por la espada lo que en mal hora le arrebatara el rey de Castilla.

No me disgusta este mandato, puesto que me dirijo al sur al tiempo que van mis emisarios con las nuevas al Alcázar de Sevilla y aguardo órdenes del Rey Abadí, que espero recebir mientras yo esté en Guadalajara y el de Vivar en la retaguardia de Castejón, que mañana mismo pudiera caer.


Hoy la mañana es un espectáculo y el día promete. Bien temprano me lanzo a la carretera. He amanecido con los labios quemados por el viento de ayer. Miro a ver si por un casual hay algún mejunje que alivie mi dolencia en la gasolinera de enfrente, pero no es así, como era de esperar. Al salir de allí me encuentro a las chicas del bar, y al preguntarle, una de ellas, ni corta ni perezosa, abre el bolso, saca una barra de labios de esas de cacao, elimina su parte superior, como quien quita la boquilla a un cigarro, y me la da. Ante mi asombro y mi duda la chica insiste, de modo que se lo agradezco y acepto su regalo. Sé que es raro pero le doy buen uso.




El cielo me anuncia que hoy será un buen día y me da la bienvenida son sus mejores galas. Me encanta empezar el día con temperaturas agradables y disfrutando de las nubes.




La etapa es en su mayor parte en bajada, lo que hará que sea rápida y más agradable que las anteriores, aunque siempre hay subidas de esas que matan. La principal atracción del día es hoy el Robledal de Corpes, ya sabéis, por la afrenta que los infantes de Carrión hicieron al Cid. Pero el camino hasta allí ya muestra su especial belleza discurriendo junto al río Cañamares y el Barranco del Hierro.




En menos de dos horas nos plantamos en Robledo de Corpes, que leyendo la descripción que se hace en El Cantar, o es otro sitio o ha cambiado mucho, aunque algún que otro bosque de altos robles queda por la zona. Vamos antes que nada al pueblo desviándonos un poco del camino previsto. Estos pequeños desvíos no son gran cosa, pero siempre, y es curioso, fastidian un poco.




Estos pueblos con paredes y tejados de pizarra son realmente atractivos, sobre todo para los que estamos acostumbrados a las paredes encaladas y las tejas de arcilla.




Al final, los desvíos, rara vez dejan de merecer la pena. Cada rincón de este maldito país tiene sus cosas.




Pues eso, breve visita al pueblo y al famoso paraje se ha dicho. Nada extraordinario, la verdad, pero es un muy buen sitio para irse de picnic o de comida campestre algún día de poco sol y no demasiada calor. Un monolito recuerda la afrenta, unas barbacoas, mesas y bancos esperan comensales de fin de semana, y un abrevadero pone la guinda al pastel, poco más.






El resto del día va a ser una sucesión de paisajes que no deja de sorprenderme estando ya en la provincia de Guadalajara. Suaves ondulaciones entre colores tierra y diversas tonalidades de verdes bajo cielos azules y salpicados de cúmulos perfectos. Me muevo tranquilo y disfrutando del espectáculo entre Congostrina, La Toba, Medranda...










Y en apenas cincuenta kilómetros estamos en Jadraque, un pueblo, que esta vez sí, te hace sentir bien recibido. Justo a la hora de la comida vamos a dar con nuestros huesos al hostal-restaurante El castillo. Buena comida y alojamiento sin pegas. Un sitio de esos llenos de currelas. Buena gente, mejor atención e inmejorable broche para un día tranquilo y bonito.












Daremos un paseo por el pueblo, compraremos algunas viandas, y descansaremos bien, que bien merecido lo tenemos.











Día 8. Jadraque - Guadalajara.
Jueves 3 de Octubre de 2019.

Ya ha tomado el Campeador Castejón de Henares por sorpresa y según amanecía. Era frágil la defensa y poco dispuestos los defensores. 
Seguimos a la vanguardia con la enseña de Minaya los doscientos y cuatro por Hita abajo. Hasta Guadalajara yo con los míos y hasta Alcalá de Henares Minaya con el resto de los hombres. Amasamos "grandes ganancias, rebaños de ovejas y vacas, ropas y otras riquezas. Y donde se ve pasar la orgullosa enseña, no hay quien se atreva a [asaltarnos] por la espalda". 
No agradarán estos desmanes al rey Abadí. No espero emisarios y retorno al sur mañana al amanecer. Debo lealtad a Sevilla. Minaya sabrá interceder por mí en el nombre de Almutamiz ante el Cid. Y si así no fuera presiento que no ha de faltar ocasión de cruzar espadas. Pongo fin en este día a mis andaduras junto a Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador.
 

El plan hoy es llegar a Hita, pero sin nada claro. Son muchos kilómetros hasta Guadalajara y salgo tranquilo y dispuesto a improvisar. A eso de las nueve de la mañana, como viene siendo habitual, estoy ya dándole a los pedales.




Los primeros kilómetros del día serán un continuo pero suave sube y baja que nos llevará en unas dos horas hasta Castejón de Henares pasando por Bujalaro, Matillas y Villaseca, siempre cerca y junto al río Henares.






Castejón es un pueblo pequeño, casi una aldea. Tranquilo y de gentes amables, como suele pasar en estos sitios. La primera casa que se ve dicen que fue aposento del Cid, ya se sabe, es un reclamo que no viene nada mal a estas zonas. 



Tengo tiempo de pararme a charlar con algún lugareño y tomar un respiro antes de atacar la subida que viene y que presiento que va a ser dura. El señor con el que hablo me lo confirma y alargo la charla todo lo que inconscientemente puedo para descansar un poco más.

Curiosamente la subida la hago sin poner un pie en tierra. Cabezonería innecesaria pero que demuestra que las etapas anteriores me van poniendo en forma y subo, aunque no sin problemas, sí con bastante más soltura de lo esperado.

Disfruto sin fotos de la pequeña "meseta" que discurre entre el río Henares y el cañón que forma el río Badiel. La bajada a éste último es de las que más disfruto de todo el viaje. Adentrarse en ese cañón que ya nos llevará casi a Hita es todo un espectáculo del que disfruto de lo lindo. Sin duda es toda una sorpresa esta provincia.

Ya casi en el fondo del cañón está Argecilla. Allí paro a revisar la ruta en el GPS, y mientras tanto salen de su casa unos señores que al verme de tal guisa me preguntan si necesito orientación y ya de paso intentan satisfacer la curiosidad que les provoco.

Entre anécdotas, risas y aclaraciones me ofrecen bebida y uvas que acepto muy agradecido, pero rechazando un racimo que no tenía cómo transportar de forma segura para su integridad.

Pasamos por Ledanca y sigo charlando con sus gentes, que esta vez me encaminan a una fuente cercana donde rellenar mis botellas.




Pasamos el Monasterio de Valfermoso, Utande, y dejamos ya casi el cañón del río Badiel cruzándolo un par de veces camino de Muduex y Valdearenas.




Nos dan la una y media del medio día cuando vemos por fin la inconfundible silueta del sitio de Hita. El calor aprieta y da pereza subir hasta allí. Pero es el plan.

Haciendo alguna foto la bici se cae a una zanja, que para colmo de males está poblada de zarzas, y me las veo y me las deseo para sacarla de allí sin daños. La subida se las trae, pero a estas alturas ya cuesta menos.




Una vez arriba busco una farmacia que no encuentro abierta y pregunto por posibles alojamientos, pero es temprano y según dicen los de aquí es todo para abajo hasta Guadalajara. Así que viendo la hora que es decido adelantar la reserva del coche de alquiler y seguir camino hasta la ciudad después de comer en Hita y hacer una breve visita al pueblo.






Mientras departo con un grupo de moteros que pasan por el lugar me como un señor bocadillo con la inestimable ayuda de una buena cerveza, o dos, y salgo de nuevo a la carretera.

No es buena idea hacer caso de consejos sobre rutas ciclistas a quienes sólo se mueven en coche. Los 27 kilómetros que separan a Hita de Guadalajara se hacen eternos. Sube y baja continuo, sol, viento... Una pequeña tortura para rematar la faena. Ochenta y tantos kilómetros de etapa.




Es fea la llegada junto a la autopista. Pequeño paseo por Guadalajara, visita al Torreón de Alvar Fáñez y a la búsqueda de hotel de los baratos.










El hotel no es gran cosa pero puedo dormir con la bici bien vigilada y no muy lejos del centro, a donde saldré más tarde para comer y celebrar el final de la aventura.

En las grandes ciudades, y no es que Guadalajara sea Nueva York, también hay lugar para encontrarse con la gente, pero es distinto. En las ciudades la gente no confía en nadie. Es difícil abrirse a los demás y miramos con recelo a quien lo hace. 

No pasa mucho tiempo desde que me siento frente al Museo de Guadalajara, junto al Palacio del Infantado, cuando aparece por allí una chica de mal aspecto, con la cara oculta por un pelo sucio, a la que casi todos miran mal. Debe ser que estoy solo la razón por la que me elige de entre todos los presentes. Me pide permiso para sentarse en mi mesa, y no sé muy bien porqué, pero acepto su compañía.

No tardó en apartar el sucio pelo y dejarme ver sus brillantes ojos y su amplia aunque estropeada sonrisa. Su rostro ya lucía las suficientes arrugas como para no tomarla por una jovenzuela. Al principio no me cuenta mucho, más bien pregunta. Yo voy esquivando el interrogatorio como buenamente puedo, pero voy también entremetiendo mis preguntas. Poco a poco nos vamos relajando y su mirada se vuelve algo más triste. Le invito a algo y dejo que me cuente.




Da que pensar... Parece que los únicos que se atreven a acercarse a los demás en una ciudad sean esos a los que, ya de entrada, tomamos por "locos". A mí no me dio por hacer ningún diagnostico. Fue un rato de charla interesante y agradable. Menuda historia había tras aquel pelo sucio. No es éste el lugar para contar sus desventuras, pero hasta de las desventuras nos reímos en aquel rato. La chica también busca un sitio donde alojarse, aunque hoy, al menos conmigo, no tendrá suerte. Me despido de ella con un par de besos y deseándole todo lo mejor.



Voy directo a dormir, que mañana hay que pedalear hasta las afueras de la ciudad y conducir hasta Sevilla.










El Camino del Cid me deja buen sabor de boca. Es el primero que hago casi en su totalidad por carretera, y he de decir que no eché mucho de menos los caminos, aunque también es verdad que pocas veces me encontré en ningún sitio con carreteras menos transitadas.

Una ruta como tantas otras de esas que con cualquier pretexto (histórico, literario, gastronómico...) intentan traer algo de riqueza a pueblos un tanto dejados de la mano de todos. Fastidia y molesta tanto que unos intenten aprovecharlo en exceso y sin miramientos como que otros lo dejen pasar sin beneficio alguno. Sea como fuere, la leyenda del tal Rodrigo Díaz de Vivar, que ni de Vivar es seguro que sea, es una excusa perfecta para conocer estas tierras que sin duda sorprenderán a quienes se animen a visitarlas.

Voy un poco tarde con esta crónica, pero recuerdo estas historias, pasados ya dos años, como muy cercanas. Y especialmente cercana a toda aquella gente que de una u otra manera compartió su tiempo conmigo. Algunas compartieron confidencias, otras comida, o lo que quiera que en ese momento tuviesen para ofrecerme, pero casi siempre sin esperar nada a cambio que no fuese ese poco de mi tiempo, o un relato de viaje, o la compañía de un tipo raro y solitario, sin más. Todos le dieron a su manera un empujoncillo a la bici, de esos empujones que hacen que estos viajes sean siempre mucho más fáciles. Rememorar todo esto vuelve a abrirme el apetito de más viajes en bicicleta. Esperemos que a mucho no tardar.

Volveré a estas tierras. Seguro. Vete tú a saber sobre qué montura.


Por cierto, para los que se atrevan: Si pulsáis sobre el mapa publicado al final de cada etapa accederéis a los tracks de mi recorrido y podréis descargarlos desde Wikiloc.





Comentarios