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Mostrando entradas de agosto, 2008

Minusvalía emocional o coleccionismo de fracasos.

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De minusválidos emocionales o coleccionistas de fracasos, como los (nos) llama una querida amiga mía. Y es que cuando más se echa de menos una adecuada adaptación emocional es precisamente cuando llega tarde para salvarte de otro estrepitoso fracaso. Es triste enfrentarse a un nuevo fracaso (emocional siempre y sentimental en el caso que nos ocupa), y entender que la responsabilidad (la mal llamada culpa) es sólo de uno mismo. Aceptarlo es duro. Empatizar con el sufrimiento del otro es más duro aún cuando sabes que su dolor es efecto de tu ineptitud emocional. Quizás la minusvalía emocional consista en, identificando, entendiendo, controlando las emociones, no actuar para el beneficio común, no exteriorizar el sufrimiento propio y dar la oportunidad al otro de que sea él quien pueda elegir si quiere o no sufrir según le convenga o compense, que materializado el fracaso no se sienta engañado, estafado, utilizado, violado, fracasado también en definitiva. Llegar al sentimiento de fracaso

Un segundo.

El agua empujó la espuma y la lanzó al vacío desde mi pecho. La vi caer desde el borde de mis párpados a cámara súper lenta, como esas cámaras que usan para mostrarnos la sangre salpicando en el traje de luces cuando el estoque atraviesa al toro, como esas que usan para que no nos perdamos las gotas de sudor saltando del rostro trémulo del futbolista al césped al rematar de cabeza el balón. Sentí una familiar sensación de vértigo. La deforme bola de espuma iba describiendo un leve giro hacia adelante mientras se precipitaba lentamente hasta estrellarse contra la fina capa de agua que cubría el fondo de la bañera. Se extendió sobre la superficie deslizándose con la corriente. Y se fue por el sumidero.

Ciega, pero justicia. Confianza, pero no ciega.

¿Justicia? Ciega, pero justicia. A medias, pero justicia. Lenta como siempre, pero justicia. Fui por el camino de los honestos... Y no perdí. Hoy puedo decir que de nuevo he recuperado mi escasa confianza en nuestro sistema judicial. No es perfecto, es difícil que ningún sistema lo sea, pero hoy sigo confiando en él. Los miserables, por esta vez, no se han llevado el gato al agua. Ninguna prueba irrefutable, ningún testigo, pocas esperanzas, y sobre todo la determinación de no permitir que un cromagnon se saliese con la suya. Con esto bastó para que, si no se impusiera la verdad, al menos sí la duda razonable. A pesar de que los procesos de razonamiento debían ser algo distintos en los tiempos de las cavernas la justicia es tan ciega para el cromagnon como para el resto de los homo sapiens, y a los dos se les respeta la presunción de inocencia. No necesité testigos falsos ni mentiras perfectamente hiladas. No estoy satisfecho porque he perdido mucho dinero, pero mi conciencia