La última mañana.

Las disputas políticas y los reconocimientos internacionales no le servían para sentirse vivo. Todo ese prestigio que a lo largo de los años consiguió gracias a su trabajo, tanto sobre el papel como a los mandos de tantos aviones, le ayudarían a conseguir lo que su edad y su delicada salud le hacían cada vez más difícil. Necesitaba volar, necesitaba participar. A sus cuarenta y tres años trabajaba rodeado de jóvenes que no llegaban a los veinticinco. El grupo II/33 debía ser un hervidero de testosterona aquel verano de 1944. El briefing había terminado y los aviones estaban listos para despegar. Ésta sería la última misión tras otras ocho ese mismo año. Sus superiores ya lo habían decidido. Al día siguiente le informarían del inminente desembarco de las tropas aliadas al sur de Francia. La prohibición de volar a los pilotos en posesión de este secreto era una medida de seguridad en caso de que fuesen hechos prisioneros y, en este caso, la mejor baza para retirarle.

A primera hora de la mañana del treinta y uno de julio despegaba desde Córcega un Lockheed P-38 Lightning francés en misión de reconocimiento hacia las costas de la Provenza.

Es una máquina hermosa. Me hubiera sentido feliz de poder disponer de este regalo cuando tenía veinte años. Pero compruebo con melancolía que hoy, con cuarenta y tres años, con cerca de seis mil quinientas horas de vuelo en los cielos de todo el mundo, ya no consigo encontrar demasiado placer en ese juego. Ya sólo es un instrumento de transporte -aquí, de guerra-. Si, con una edad patriarcal para este oficio, me someto a la velocidad y a la altura, es mucho más por no rechazar ninguna de las miserias de mi generación que por la esperanza de volver a encontrar la satisfacción de otros tiempos. *

A esa misma hora desde Avignon se elevaba otro hombre a los mandos de un Messerschmitt Me-109 del ejercito alemán.

El tiempo pasa deprisa a los mandos de un caza P-38. Una misión más en una guerra más. El sol atraviesa la carlinga. El cielo de las mañanas de verano es poco consistente. La luz del mediterráneo lo inunda todo. El mar está en calma. La rutina de la misión se desarrolla casi automáticamente mientras se anima la charla, sobre las cosas realmente importantes, con ese hombrecillo de bufanda al viento que no puede evitar cambiar de conversación.

Los dos aviones coinciden en el mismo cielo. Un destello delator alerta al piloto alemán. La silueta del P-38 es inconfundible. La insignia es francesa. Dos hombres solos. El Messerschmitt sobrevuela al Lockheed.

Después de seguirlo me dije: chaval, si no te largas, te acribillo. Piqué en su dirección y disparé, no contra el fuselaje, sino contra las alas. Le dí. El zinc se rompió. Cayó derecho al agua. Se estrelló en el mar. Nadie saltó. No vi al piloto. **

A la una y media de la tarde el jefe de escuadrilla del II/33 asigna la misión del comandante Antoine a otro piloto.

En la tranquilidad de la base de Avignon el piloto Horst Rippert recibía la noticia.

Me enteré unos días después de que era Saint-Exupéry. He esperado, y espero todavía, que no fuera él. En nuestra juventud todos le habíamos leído, adorábamos sus libros. Sabía describir admirablemente el cielo, los pensamientos y los sentimientos de los pilotos. Su obra suscitó la vocación de muchos de entre nosotros. Amábamos al personaje. Si lo hubiera sabido no hubiera disparado. No sobre él. **

Quizás unos días después, a escondidas mientras derramaba alguna lágrima, alguien volvió a apretar con fuerza entre sus manos aquel libro que le llevaba por los cielos en las horas muertas de la base.

¿Qué pensaría aquel otro hombrecillo despeinado? ¿Qué preguntas haría al aviador durante la caída? Quizás el piloto tenia la respuesta más clara que nunca.

De nuevo he acariciado una verdad que no comprendo del todo. Me he visto perdido, he creído tocar fondo en mi desesperación y, una vez aceptada la renuncia, he conocido la paz. ***



* Antoine De Saint-Exupéry. Carta al General X. 1943.
** Diario La Provence. Ils ont retrouvé le pilote qui a abattu Saint-Exupéry. 15 de marzo de 2008.
*** Antoine De Saint-Exupéry. Tierra de los Hombres. 1939.

- ELPAÍS.COM. Un aviador alemán reconoce haber derribado el avión de Saint-Exupéry. 15 de marzo de 2008.

Comentarios

  1. Vaya, no conocía esta historia. Es una historia triste...
    Aunque si el cadaver nunca fué encontrado ¿quien sabe? quizás es como el mismo escribe al final de El Principito: "Parecerá que muero y no será cierto..."

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  2. Nene, te tengo que enlazar en mi blog. Es que hice cambios de diseño y perdí información. Me encanta que me visites. Muam!

    MARISA.

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