Bikepacking: Pedaleando hacia la Puerta de la Caridad.

O hacia Bab el-Zakat, que lo mismo es según nuestros ancestros árabes y así llamaban al que hoy conocemos como Estrecho de Gibraltar.



Tenía yo ganas de ir aumentando poco a poco mis recorridos en bicicleta, tanto en distancia como en dificultad, con vistas a ir ensayando y entrenando para futuros viajes que puedan llamarse como tales. Me apetecía algo entre la sierra y la costa.

Mi primera idea fue recorrer el Parque Natural de Cabo de Gata y la sierra de Nijar, pero por cuestiones de logística fue descartado casi a última hora, y lo más parecido que tenía a mano era, sin duda, nuestra amada Cádiz.

Aprovechando las vacaciones hago algunos cambios a la bici y la cargo con unos kilos extra entre herramientas y recambios, material de acampada, ropa y provisiones. Mi idea era cargar con todo lo necesario indispensable que me permitiese pernoctar plantando la tienda y comer algo donde la ocasión me pillase si así se terciaba o era necesario.


Mientras llueve en Sevilla voy estudiando la ruta y la meteorología y decido bajar por la costa con el viento de poniente a favor y subir por la sierra aprovechando el levante si soy capaz de cumplir con una cierta cantidad de kilómetros al día.

Decididamente salimos el sábado esperando que la brisa marina haya secado suficientemente los caminos por los que pasaremos. Y digo salimos por aquello del plural de modestia, que en realidad voy yo solito.

Etapa 1:

El sábado 14, después de esperar varios días a que escampara y con cierto margen para que vayan secándose los caminos, nos dirigimos a la estación de Santa Justa para coger el tren de las 8:30 entre Sevilla y Cádiz.

Unos días antes ya me pasé por la estación para saber si era necesario comprar billetes y reservar sitio para la bicicleta. Me aseguraron que no habría problema en sacar los billetes sobre la marcha, tanto para la bici como para mí, ya fuese el viernes o el sábado.

Cuando llego a la estación y me voy a comprar mis billetes resulta que de lo dicho nada. No hay sitio para la Orbea. Le pongo carita de pena a la chica, muestro un exagerado abatimiento, y mi mirada de cordero degollado despierta en ella la compasión. Tras hacer algunas gestiones infructuosas en su ordenador y acabar hablando con no sé quién en aquellos despachos interiores, mientras pasa inexorable el tiempo, me consigue una autorización para meter una bici extra previo correspondiente pago. Se lo agradezco con la mayor de mis sonrisas y me lanzo al andén nº 12.

Estación de Santa Justa, Sevilla.

Cuando entro en el tren ya hay, como era de esperar, más bicicletas de las permitidas, que aunque a muchos os cueste creerlo, sólo son tres por cada tren de media distancia. Esto es España. Para colmo algunos ciclistas, poco educados cuanto menos, han colocado sus bicicletas en los lugares reservados para personas con sillas de ruedas o con carritos para los peques. Esto crea alguna tensión en la que intento mediar sin gran éxito.

Se le echan encima a la pobre.

Y claro, a medida que vamos haciendo paradas en las distintas estaciones se van sumando más. Las vamos, salvando a los tres insolidarios de turno, apiñando e intentando que molesten lo menos posible, aunque eso no parece consolar al cabreado, y con razón, supervisor.

Entre paisajes aún húmedos y caminos embarrados se nos van pasando los kilómetros conversando entre cilistas, bikers, bicicleteros, cicloturistas y toda clase de montadores de biciclos.

A a eso de las diez y cuarto llegamos a Cádiz. Cuando sales del tren estás, igual que cuando entras por el puerto, prácticamente en el centro de la ciudad. Sería imperdonable no dar un paseo antes de salir a la ruta.

Plaza San Juan de Dios. Ayuntamiento de Cádiz.
Vista del sur de Cádiz.

Cruzo tranquilamente el centro entre la gente y voy por la caleta hasta el Castillo de San Sebastián para después poner combustible. Tras desayunar un colacao y una tostada con jamón serrano nos ponemos en marcha, que entre una cosa y otra sería ya a las once y media.

La primera parte, hasta salir de San Fernando, era la que más me preocupaba por el hecho de perderme entre tanto lío de calles y nudos de carreteras para ir en dirección a Chiclana, pero a pesar de que me despisté un par de veces no perdí a penas tiempo.

La bahía desde la playa de la Cortadura. San Fernando al fondo.

El tiempo es espléndido y los caminos en esta zona están prácticamente secos. Aunque aprieta el sol los vientos soplan frescos de poniente y a favor, como esperaba. Aquí ya se respira mejor. Bordear la bahía por las salinas es un gustazo para empezar el viaje.

La primera parada prevista la hago en Sancti Petri que, como todo, ha cambiado bastante desde mi última visita. Cumplidos los primeros 37 km llega el momento de la primera cerveza, que siempre será una buenísima idea para hidratarse y reponer sales. Son ya la una y media.

Islote y castillo de Sancti Petri.

Después de esto vendrá una sucesión interminable de urbanizaciones que se extiende durante unos 16 km desde Chiclana a Cabo Roche.

Y por fin, tras la primera rampita que nos encontramos al cruzar la desembocadura del río Roche, nos desviamos para pisar la tierra por primera vez. Odio la carretera cuando voy en bici.


Aquí es donde me encuentro una de las primeras agradables sorpresas. Las calas de Conil que, desconocidas hasta ahora para mí, van a empezar a poner la sal a la ruta. A la altura de la Cala del Aceite encuentro el primer camping en el que me planteo quedarme, pero tras pensarlo un poco y a pesar del calor me encuentro bien aún y decido seguir adelante. Son las tres y media de la tarde. Después de comer veremos qué hacer.

Punta del Sudario.

Conil desde Cala del Sudario.

Cuando llevamos casi cuatro horas pedaleando ya sólo pienso en encontrar un sitio donde comer. Y será en Conil, que ya está a tiro de piedra.

Nos metemos para el cuerpo un buen gazpacho y un enorme plato de pasta a la marinera que me saben a gloria. Comemos con toda la calma del mundo y nos tomamos dos o tres cervezas disfrutando de las vistas del paseo marítimo.

Pasadas las cinco de la tarde retomamos el pedaleo y tras algunas dudas sobre el recorrido previsto, a pie de playa esta vez, y preguntando a los lugareños, nos olvidamos de las carreteras y nos adentramos en los caminos que entre arenas, pastos y ganado bobino nos llevarán hasta El Palmar metiéndose de lleno en la playa para pasar la desembocadura del Arrollo del Conilete. De vez en cuando no quedará más remedio que ponerse a empujar la bici por la arena, pero sólo en un par de tramos muy cortos.



Torre vigía de Castilnovo.

El Palmar me deja un tanto boquiabierto. No tiene nada que ver con aquel sitio tranquilo que conocí en su día donde podías bañarte en playas casi desiertas y descansar sin más sonido que el del viento y las olas. Ahora es uno de esos paraísos surferos llenos de locales de copas, música, escuelas de surf, tiendas y todo lo necesario para la fauna playera que allí se arremolina.

Como no me siento cómodo en semejante bulla paso de largo pero ya preguntando por los próximos campings, porque no veo dónde acampar por mi cuenta de manera "segura". Me indican dónde está el más cercano y tras llegar y comprobar que está lo suficientemente lejos de la fiesta playera paro a preguntar. Los campings no son baratos para lo que ofrecen, o no me lo parece a mí. En este caso 17€ sin electricidad ni wifi, cosas que no son importantes pero que jode tener que pagar a parte en caso de necesitarlo (que no era mi caso). Éste, el camping El Palmar, ya no me dio muy buenas vibraciones según llegué, pero tras darme toda la información y estar casi decidido a quedarme, la recepcionista me dice, al ver que voy viajando, que no se puede salir del camping hasta las once de la mañana, que es cuando ella llega. Pongo cara de asombro y decido marcharme y seguir camino a pesar del cansancio y de que son ya alrededor de las seis de la tarde.

Sé que en Zahora, ya casi en Caños de Meca, hay un par de campings alejados de la bulla y están en el lugar perfecto para el principio de la etapa siguiente. Así que me echo a la carretera y tras un total de 73,69 km voy a parar al Camping Pinar San José. De éste sí se puede salir temprano y en los 17 € está incluido Internet y la electricidad, aunque por poner la tienda, darte una ducha, y poco más, sigue pareciéndome caro comparado con lo que cuesta una pensión. Pero hasta aquí hemos llegado hoy.

La toalla tendida en la bici y la tienda Lightent 1 de Ferrino.

Monto la tienda, me ducho, me tomo otra cerveza y me voy a tumbarme un rato, lo que acaba en una siesta rápida antes de cenar.

Despertar tras una siestecita.
Y así, con una cena ligera a base de gazpacho y croquetas, y yéndonos muy temprano a dormir, termina la primera etapa. No demasiado larga y con un perfil prácticamente plano. La tienda es pequeña y no las tengo todas conmigo, ya veremos cómo se da la noche.






Etapa 2:

La noche no ha sido mala del todo aunque la falta de costumbre pasa factura. El estreno de la tienda y la colchoneta no han sido el mayor de los placeres pero he descansado. El sitio era tranquilo y los campistas bastante respetuosos. A medida que avanzaba la noche fue refrescando y, por la mañana, la condensación en la tienda era mayor de lo que me esperaba, pero ha cumplido bien con su función y a pesar de las estrecheces no ha estado del todo mal. Aunque no sé si voy a repetir.

Me despierto con las claras del alba y tras un rápido aseo desmonto el chiringuito, intento secar todo lo posible la humedad de la condensación de la tienda y empaqueto todo antes de irme a desayunar y emprender la marcha de nuevo. Salgo tarde para lo que me hubiese gustado, pero a las nueve y media ya estamos pedaleando. Es domingo. Cruzo un Caños de Meca que descansa tras la noche de fiesta y todo está extrañamente tranquilo, sólo hay alguna gente paseando y algunos trabajadores atendiendo sus negocios.

Ya para empezar el día, y tras un corto calentamiento, comenzamos una subida de unos 4 km y pendientes de algo más del 10% por la A-2233 entre los pinares del Parque de La Breña.

No es una subida muy exagerada y en otras condiciones no hubiese supuesto un reto insuperable, pero en este caso el peso que transporto se deja notar. Es la primera vez que viajo así de cargado y desde luego no va a salir gratis. No llevo ni dos kilómetros de subida y ya tengo que echar pie a tierra para ponerme a empujar la bici.

Subida a La Breña desde Caños de Meca.

Tras la subida siempre viene la bajada y en este caso la disfruto de lo lindo. Camino a Barbate dejo correr la bici y me lanzo en picado hasta el pueblo para cruzarlo sin apenas parar más que para mirar el gps en un par de ocasiones.

En esta etapa tenía especial interés en recorrer los caminos que llevan desde Barbate a Zahara de los Atunes a ras de playa. Tenía buenos recuerdos de aquellos paisajes la última vez que al pasar por la carretera los vi desde la moto. Pero no pudo ser. Al llegar a la zona el paso estaba prohibido. Al parecer es zona militar, de modo que decido seguir por la carretera hasta Zahara. Y al llegar allí me encuentro a un grupo de ciclistas que sale de la playa. Les pregunto y me dicen que a pesar de la prohibición ellos vienen por la zona militar. Tomo nota para la próxima ocasión y sigo mi camino.

Zona Militar entre Barbate y Zahara.

Han pasado ya 23 km y cometo el error de no parar en Zahara a tomar algo. Y como vuelvo a encontrarme con el grupo de ciclistas me uno a ellos, que parecen llevar mi misma ruta. Ellos van menos cargados, a penas una mochila o una alforja medio vacía cada uno, y me cuesta seguirles el ritmo por momentos, pero no está mal ir acompañado un rato.

El camino va llaneando hasta que llegamos al Cabo de la Plata, desde donde comienza otra dura ascensión, en el Parque Narural del Estrecho, hasta el mirador del Camarinal. En esta ocasión las pendientes no superaran el 9% pero, una vez superado el faro, iremos por caminos, y agradeceré la decisión de haber puesto los pedales de BMX y usar las botas de trecking, porque nuevamente habría que echar pie a tierra para empujar. En cuanto llegue a casa hago algo que no hice antes de salir, pesar todo el equipaje antes de deshacerlo.

Faro del Camarinal.

Playa del Cañuelo.

La subida se hace dura pero los paisajes son espectaculares. El sol empieza, más que a picar, a doler, porque para colmo no he tenido la precaución de ponerme protección solar ninguno de los dos días y comienzo a sufrir las consecuencias. Voy buscando la sombra como un loco.


Duna de Bolonia.

Casi a la una del medio día comienza el descenso y no veo la hora de tomarme una cerveza bien fría. Ya por carretera, no en muy buen estado, y a una velocidad importante, tengo que ir conteniendo a la fiera y tirando de frenos durante mucho tiempo. Aquí no hay freno motor y me preocupa un poco lo que puedan sufrir los frenos de disco, pero procuro darles un respiro de vez en cuando y tocarlos con suavidad para evitar cambios bruscos de temperatura y evitar un desgaste excesivo y que se cristalicen las pastillas, que no sé si puede pasar, pero por si acaso.

Alguna dura subida más con su correspondiente bajada y llegamos a la playa de Bolonia. Doy una vuelta por el Lentiscal para elegir sitio donde comer y me decido por uno frente a la playa. En esta ocasión, antes de las dos, además del gazpacho de rigor (lo mejor para reponerse), no pueden faltar, como en ningún viaje por España que se precie, unos buenos huevos con patatas y chorizo fritos. De escándalo.

Pues bien cobijado a la sombra disfruto del almuerzo y mientras me tomo un café intento hacer una reserva en un hotelito de Valdevaqueros en el que estuve alguna vez y que me gustaba mucho. El caso es que como lo hago desde el móvil por internet, y para mi gusto desde una web bastante poco clara, cometo el error de reservar para dentro de un mes. Llamo por teléfono al hotel y me confirman que no hay sitio para hoy y solucionamos lo de esa reserva errónea. Como imagino que en Valdevaqueros habrá muchos sitios donde alojarse no me preocupo demasiado por esto.

Me dispongo pues a pasear con la bici por las playas de la aldea. Y como el sol duele me quito el maillot de manga corta y me pongo una manga larga de licra, que es fresquita.

Playa de Bolonia. 

Los ciclistas, a los que ya perdí de vista, me comentaron la posibilidad de ir a Valdevaqueros por la playa para evitar la subida por la carretera de Betis, que era mi primera opción. Me adentro un poco por los caminos que van junto a la playa, pero viendo que la marea aún está subiendo y que por experiencia ya sé lo duro que es ir en bici por la arena de la playa, decido subir por carretera.

A ver cuándo se ve en otra como ésta.

Poco después de las tres comenzamos una ascensión de unos seis kilómetros sin llegar al 8% de desnivel. Con el calor y el peso sigue sin ser fácil. Tardo bastante en subir.



Antes de desviarme por la carretera de Betis me encuentro la venta El Tropezón. Como la única mesa que estaba libre fuera y a la sombra está ocupada entablo conversación con su ocupante, un tipo del lugar con el que acabo sentándome a tomar una cerveza mientras me cuenta mil historias de su vida por aquellas tierras. Tiene más o menos mi edad, pero el sol y el trabajo en el campo le han curtido la piel y aparenta ser bastante mayor. Le agradezco su compañía, su conversación y sus indicaciones, le invito a las cervezas, y tiro millas. Estamos en el kilómetro 45 del día y aún queda un buen tramo por subir.

Las vistas  de las sierras del sur de Cádiz desde lo alto del puerto hacia el norte son preciosas. Al sur podemos ver las altas paredes rocosas en las que suele practicarse la escalada aquí en Betis. Un lugar de encuentro para muchos deportistas de montaña.

El descenso tiene una fuerte pendiente y está repleto de curvas que aumentan mi preocupación por los frenos. Todo el peso que antes costaba subir hay que contenerlo ahora en la bajada. Las vistas, como hasta ahora, espectaculares.

Valdevaqueros, Tarifa y Marruecos desde Betis.

Rápidamente enlazamos con la atestada N-340 y llegamos a las playas de tarifa a rebosar de kitesurfers. Valdevaqueros no cambia en gran cosa de no ser por el tipo de velas que usan esos tipos que se deslizan sobre el agua. No tardo en ponerme a buscar sitio para dormir. Los hoteles están demasiado pegados a una carretera, por la que voy ahora, con demasiado tráfico, y el camping en el que paro a preguntar me deja bien claro nada más ver la tabla de precios que no merece la pena parar allí. Decido hacer los diez kilómetros que me quedan hasta Tarifa y buscar alojamiento allí o probar la acampada libre un poco después.

Serán cerca de las seis cuando llegue a Tarifa y me ponga a seguir las primeras indicaciones a la zona de hoteles. Me encuentro tres seguidos y me meto directamente al que mejor impresión me da para preguntar precios. Resulta que el recepcionista es biker y conoce bien la zona por la que quiero andar al día siguiente, de modo que aunque el hotel es algo caro para lo que ofrece me quedo allí para aprovechar los conocimientos que más tarde este hombre pondrá a mi disposición.

Me guardan la bici a buen recaudo y tras deshacer el equipaje me doy una buena ducha y me echo un rato en la cama.

Ya con mejor aspecto y más descansado bajo para consultar la ruta y los mapas con el recepcionista antes de irme a cenar.

Mi idea primera era bordear la costa por unos senderos que van a pie de playa desde Tarifa hasta Algeciras subiendo antes de ésta última a El Bujeo y Pelayo. Ya de entrada el recepcionista, al que se ve en muy buena forma, me avisa de que esa que pretendo recorrer es en su parte baja una trialera muy técnica y difícil de recorrer en bici, y más aún con una tan cargada, y que la parte alta tiene pendientes muy fuertes y es la que los bikers de la zona usan para los entrenamientos más duros, de modo que me desaconseja totalmente que siga adelante con mi idea y me da dos opciones: O bien descargo la bici y hago esa parte sin ningún peso extra para después volver a Tarifa a dormir, o bien subo hasta el mirador del estrecho por carretera ascendiendo casi continuamente durante 14 km para después enlazar arriba ya con mi ruta prevista pero acortándola en unos cuantos de kilómetros y un día. Me avisa además de que una vez se llega a la zona de Algeciras no hay gran cosa que ver.

Tomo nota de todo y le pido que me aconseje algún sitio donde cenar bien. Acto seguido me voy a buscar una farmacia de guardia para comprar una crema hidratante que me alivie el ardor de la piel y dando un tranquilo paseo por las callejuelas del centro y la zona portuaria de la ciudad me voy en busca del Mesón El Picoteo, un lugar pequeño al que llego justo antes de que empiece a llenarse y en el que aprovecharé que estamos en temporada para degustar un buen atún de almadraba. No me arrepentiría de haber hecho caso al recepcionista; una auténtica delicia y una atención excelente en un bar de barrio digno del más exigente gourmet.

Regreso pronto al hotel y descanso de un día bastante más duro de lo que me esperaba en un principio con la rodilla tocada y la piel chamuscada. Tras pensarlo un poco decido empezar mañana subiendo directamente por la N-340 hasta el Mirador del Estrecho y acortar la ruta en toda esa zona que me han desaconsejado.




Etapa 3:

Sin descansar todo lo bien que me hubiese gustado me levanto temprano y con muy pocas ganas de coger la bicicleta, pero sea como sea no quiero quedarme en este hotel un día más, de modo que me animo y tras recoger el equipaje y embadurnare de protector solar bajo a desayunar para empezar a pedalear a eso de las nueve y cuarto de la mañana. Desayuno bien y abundantemente y me guardo unas galletas de chocolate para el camino. Hoy no tengo nada claro dónde pararé a pernoctar, pero voy preparado para pedir permiso a cualquiera para que me deje acampar en su finca o para improvisar como sea.

Nada más empezar el día comienza la subida a la cota más alta del viaje en la zona sur del Parque Natural de los Alcornocales. Tardo poco más de una hora en subir hasta el mirador parando alguna vez a descansar y una vez para poner la cadena en su sitio después de salirse en un cambio.

El viento hoy es de levante y no ayuda a refrescarse, y aunque sople en contra no lo noto mucho al estar a sotavento de las elevaciones del estrecho. Cuando llegue arriba lo tendré a mi favor al dirigirme a poniente.

Una vez en el mirador me siento a la sombra y esta vez, en lugar de una cerveza, me tomo una bebida isotónica. Disfruto de las vistas y hago algunas fotos antes de seguir subiendo por los carriles que ya veo más arriba entre los molinos.

Mirador del Estrecho.

Tras reponerme un poco sigo la subida ya por carriles forestales de montaña y cruzando las "plantaciones" de molinos.




Pasados los 14 km de subida empieza la parte divertida. En un bonito descenso por las laderas con vistas al mar desde lo alto de la sierra me voy encontrando a deportistas y paseantes en sus bicis mientras voy disfrutando de la velocidad, descendiendo y jugueteando en las infinitas curvas del camino, y parando de vez en cuando a hacer fotos o a charlar con alguien. Es realmente divertido dejarse llevar cuesta abajo por los caminos balanceándose con la bicicleta entre curvas, ondulaciones, baches y algún que otro repecho, que también había que volver a subir a ratos. Puro "flow".



Aluciné con este tipo, pero esa es otra historia.

El reparto de pesos de esta forma de cargar la bicicleta la hace muy ágil y equilibrada y a pesar de lo irregular del terreno ninguna parte de la carga se movió de su sitio. Me sentí muy seguro en todo momento.





Evidentemente no se podía bajar la guardia, los barrancos no eran ninguna tontería y,  además de algunas rocas desprendidas, había pendientes de descenso de más del 10%.




Poco a poco y disfrutando como pocas veces a pesar del calor vamos llegando al final de las rampas hasta la carretera que desde Cañada de la Jara me llevaría a Facinas. Una carretera casi sin tráfico y en la que me cruzo con algún que otro ciclista, que se ve que es una zona muy de ciclistas ésta.




A eso de la una y media llego a Facinas y tras preguntar a la primera gente que me encuentro veo que no hay opciones de alojamiento convencional. El más cercano está a unos siete kilómetros en dirección contraria a la que yo llevo. El siguiente pueblo grande en mi ruta está a más de 25 km.

En Facinas hay un anfitrión de Warm Showers, pero como no tenía previsto llegar aquí en tan poco tiempo ni si quiera le había avisado de mi llegada. Visto lo visto y siendo muy buena hora para comer sigo hasta una venta a la salida del pueblo y me pongo las botas con el consabido gazpacho y un buen plato de filetes de lomo (siete, que eran siete) con patatas.




Mientras espero la comida charlo con unos trabajadores del Infoca que también estaban a lo mismo que yo y les pregunto por el camino hasta Benalup-Casas Viejas. Me confirman que es una pista forestal que está en bastante buen estado a excepción de los primeros kilómetros en los que hay algún tramo con barro y muy bacheado, pero nada del otro mundo. Eso sí, como ya parecía en las fotos satélite, no hay ni una sombra, y yo tendría que recorrerlo a pleno medio día.

Almuerzo tranquilamente y decido seguir adelante con el viento a favor y el sol en contra. Pero antes vuelvo a ponerme protector solar y relleno la ya casi vacía Camelback con agua fresca y Acuarius.




Vamos dejando atrás Facinas entre grandes extensiones de cultivo y molinos por caminos totalmente expuestos al sol y con un levante demasiado cálido que aunque no refresca empuja un poco. El sol pica a pesar del protector. Veo a la gente trabajando en el campo encerrada en sus tractores con aire acondicionado. Pedaleo no sé cuántos kilómetros casi con los ojos cerrados porque el sudor y el protector me escuecen en los ojos y casi no me dejan ver. Tras lavármelos un par de veces con agua consigo que dejen de molestar y por fin, a los doce o trece kilómetros me encuentro la primera y única sombra aprovechable.




Descanso un rato sentado a la sombra del árbol y cuando me siento con fuerzas nuevamente sigo mi camino. Son las cuatro y media. Estoy deseando llegar.




A eso de las seis de la tarde, una vez que subo a Benalup por sus empinadas cuestas empujando la bici, decido buscar el ayuntamiento para que me informen de las opciones de alojamiento, porque el hostal que he visto por Internet es demasiado caro y no me convence. Pero antes de llegar me cruzo con un coche de la policía local al que paro para pedir información. Un agente se baja y me acompaña un rato cuesta arriba mientras me informa de que hay otro hostal en el pueblo y que, aunque no me quiere recomendar abiertamente, adivino que le ofrece más confianza, de modo que me paso a ver y me encuentro un lugar encantador con una habitación muy espaciosa y luminosa, y con un cuarto de baño con una bañera enorme. Limpio, bonito y acogedor por sólo 25 €. Entre esto y la acampada libre lo tengo claro. Me quedo. Posada de Casas Viejas se llama el sitio y Cristo su regente.

Tras asearme y relajarme voy a buscar dónde cenar, pero al parecer aquí los lunes cierra casi todo y los bares que encuentro abiertos no sirven comidas, así que entro en una panadería y pido un bocadillo de chopped y un refresco que serán mi barata y nutritiva cena de hoy. Me la como en un banco del pueblo mientras miro cómo la gente me mira a mí y me voy a descansar.

Una etapa dura, sobre todo los últimos kilómetros al sol, pero muy divertida y con fantásticos paisajes cruzando los montes para dejar atrás la costa.





Etapa 4:

Vuelvo a levantarme temprano y a las ocho de la mañana estoy desayunando para intentar evitar en lo posible las horas de mayor insolación.

Sobre el papel esta no será una etapa difícil, y dependiendo de la hora a la que llegue a San Fernando puedo acortarla en veinte kilómetros y coger el tren a Sevilla desde allí mismo sin necesidad de llegar a Cádiz por un camino que ya conozco y no tengo especial interés en volver a hacer. Aunque se me ha pasado por la cabeza volver a Sevilla en bici no lo he pensado mucho, el cansancio y el calor hacen mella y sinceramente no me apetece.

Ya antes de salir, y antes de darme tiempo a ni siquiera tocar las gafas, éstas se rompen. Hacemos un apaño con un poco de cinta adhesiva y tiramos millas.

Salgo del pueblo disfrutando del aire fresco de la mañana y del vuelo de los buitres sobre las laderas del alto en el que se asienta Benalup. Si estos vuelan tan temprano me da que va a ser otro día de calor. Los primeros kilómetros son suaves y discurren entre campos verdes y pastos para ganado por el que ya no abandonaremos durante el resto del viaje Corredor Verde  de las dos Bahías, que además forma parte del Camino de Santiago.








No tardaré en darme cuenta de que no todo iba a ser tan bonito. Después de veinte kilómetros y cuando el sol empieza a apretar, una vez pasado Medina-Sidonia, la cosa se empieza a poner entretenida. Vendrían unos quince kilómetros por un terreno árido con continuas subidas y bajadas de esas que llaman rompe-piernas. Por el camino me voy encontrando a ciclistas haciendo deporte y dándole mucha caña a sus piernas y a sus bicis.

En algún momento se rompe la correa del reloj pero lo cazo al vuelo. El resto del viaje lo pasará en el bolsillo.




A mí vuelve a hacérseme pesado y tengo que empujar de nuevo en más de una ocasión en cortas pero intensas rampas.




Lo voy superando con ánimo y constancia y poco a poco el paisaje va cambiando de nuevo y vuelve la vegetación. Empiezo a encontrar zonas embarradas y tengo que atravesar algún pequeño arroyo.



Nos vamos adentrando en los pinares cercanos a San Fernando por senderos en umbría que mantienen muchas zonas de barro pero que pueden sortearse entre las muchas bifurcaciones que vamos encontrando. El camino se va convirtiendo en trialeras rotas con escorrentías y grietas que se entremezclan con tramos de sendero en buen estado.






El calor aprieta y al llegar a la barriada Meadero de la Reina paro en una venta a tomar un refresco y reponer agua, que se estaba gastando muy rápidamente. Los tertulianos del lugar me cuentan que hace sólo dos o tres días que el último arroyo que tuve que cruzar llegaba a la cintura y era imposible cruzarlo. Me alegra mucho haber decidido hacer la ruta en sentido contrario a las agujas del reloj previendo ésta entre otras cosas.

No lo dudo y al llegar a San Fernando me voy a la primera estación de tren que hay en mi camino. Allí no hay taquilla abierta y me mandan a la siguiente, Bahía Sur, a pocos kilómetros de la primera. Llego a eso de la una y media y tras gestionar el cambio de billetes que tenía reservados para el viernes desde Cádiz (con mucho margen) me voy a comer a la cafetería mientras espero el primer tren para el que había sitio con la bici, a las tres menos diez.

Después de comer, nada mal para ser la cafetería de una estación, me echo en un rincón apartado del paso de la gente y me tumbo un rato.




Y debió de írseme el santo al cielo, porque el caso es que perdí el tren. Y al volver a subir del andén por las escaleras mecánicas tengo un desliz, o lo tiene mi bici, y acabo peleando con ella para no terminar rodando escalera abajo hasta las mismas vías. Tras unos cuantos escalones de descenso incontrolado salgo algo magullado y mi pierna derecha está hecha un cristo. Algún inconveniente tenía que tener llevar unos pedales con tornillos saliendo por todos lados; agarran bien, demasiado bien. La sangre es escandalosa, pero nada más.

Afortunadamente la señora de la taquilla me cambia de nuevo el billete para una hora después, aunque para hoy ya no queda sitio para la bicicleta. El caso es que no me devuelve el dinero del billete de la bici y viene a decirme que me las arregle yo con el revisor.




Resulta que el tren vuelve a ir lleno de bicis, aunque nos las apañamos y por suerte el revisor es encantador. Tenemos que ir todo el viaje pendientes de que no se caigan o molesten. Al menos la vuelta se hace amena entre las conversaciones con un joven militar que iba con su bici a un hospital de Dos Hermanas y tres fornidos cicloturistas vascos que volvían de Cádiz después de haber llegado allí pedaleando desde Mérida haciendo a la inversa parte del camino de Santiago.





Conclusiones:

Una excursión que no me atrevo a llamar viaje pero que ha sido un fantástico aprendizaje para comenzar en esto de los viajes en bicicleta. Cada día me resultan más admirables los profesionales del deporte del ciclismo y los miles de locos que van por ahí viajando en sus locos cacharros de dos ruedas. También entiendo un poco mejor porqué algunos la llaman la máquina de hacer sonrisas.

Quizás para próximas ocasiones, cuestiones técnicas a parte, tenga que aprender a tomármelo con más calma aún y pararme más a hablar con la gente y a conocer los lugares por los que paso y a sus habitantes.

Y para eso, con el tiempo, quizás aprenda también a estar más tranquilo por lo que pueda pasar o dónde vaya a acabar haciendo noche, sobre todo si decido seguir viajando con el campamento a cuestas, que eso da mucha libertad de movimientos.

Ya tenía aprendido que siempre habrá gente dispuesta a ayudarte y eso no cambia nunca. Quizás lo más difícil sea pedir ayuda, porque recibirla suele ser muy fácil. Hay que echarle un poco de morro y ya está.

En lo técnico creo que todo ha ido bastante bien. Para los terrenos por los que me he movido la bicicleta es perfecta, aunque quizás la suspensión no tarde en agotarse por esos terrenos y con ese peso (habrá que buscar, llegado el caso, una de mayor calidad). Por otro lado resulta difícil acostumbrarse a cualquier tipo de pedales si habitualmente usas los automáticos, pero los pedales de BMX resultan muy cómodos y tienen muy buen agarre, y aunque al principio los rodamientos no iban del todo suaves y daban muy mala sensación, después del primer día de uso acabaron mejorando notablemente y, definitivamente, han sido todo un acierto por lo prácticos que resultan al permitirte usar un calzado más montañero y tener los pies libres en las trialeras más complicadas. La transmisión y el cambio, también muy básicos, no resultan todo lo precisos que sería deseable y se hace muy desagradable y fastidioso cuando fallan, que suele ser en los momentos clave. De cualquier forma estos no son grandes problemas y en general todo ha funcionado dentro de lo esperable. Estamos empezando.

Lo más importante a tener en cuenta para estas aventurillas todo terreno quizás sea el peso que llevas a cuestas. Lo primero que hice al llegar a casa fue pesar todas las bolsas, los bidones, la mochila, la tienda y sus accesorios, el saco, la colchoneta y hasta el candado. Es decir, todo lo que no llevo habitualmente en la bicicleta. El resultado fue que llevaba 15,6 kilos extra con lo que yo creía que era indispensable para un viaje de este tipo. Para la próxima os aseguro que no llevaré tanto peso, porque la mitad de las cosas no las he usado, lo que no quita que sí sean indispensables si el viaje se plantea con pernoctaciones necesarias de acampada libre, cosa que sería muy probable si te atreves con zonas más remotas y difíciles. Mi bicicleta, con sus accesorios habituales, una Orbea talla M de cross country de 29 pulgadas, con cuadro y ruedas de aluminio, grupo básico y horquilla de muelles, pesa 14,2 kilos. Si a esto le sumamos mis actuales 76 kilos resulta que tengo que mover 106 kilos al pedalear en todo tipo de terreno y circunstancias. En fin, que creo que hay que tener esto muy en cuenta para futuras ocasiones.

Definitivamente ha sido otra experiencia fantástica en la que vuelves a darte cuenta que si se quiere se puede. Y si la cosa se pone cuesta arriba se le echa coraje y aunque sea a rastras se sube hasta donde haga falta, que después sólo queda disfrutar de las vistas y del viaje de regreso al valle.

Os dejo el enlace a la ruta en Wikiloc desde donde podéis bajar el track si os decidís a hacerlo en alguna ocasión: Ruta por el sur de la provincia de Cádiz.

Espero no haberos aburrido mucho y que seáis los siguientes en animaros. Ahora me pongo a pensar el el próximo, que esperamos que no sea de aquí a mucho.

Hasta pronto.



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