Bikepacking por la sorprendente Huelva de la TransAndalus.



Voy a intentar contaros mi última aventura como "bicimochilero" (bikepacker, o del que practica bikepacking, que lo llaman los anglohablantes).

En mis primeras salidas medio serias con la bici hice ya, casi sin quererlo, varios tramos de la TransAndalus entre Huelva, Sevilla y Cádiz. Esas buenísimas experiencias fueron alimentando al gusanillo aventurero, que por otra parte ya estaba bastante gordito. Hacer toda la TransAndalus de un tirón me llevaría mes y medio o dos meses y, entre que ni me considero preparado ni tampoco tengo ahora el tiempo necesario, asumí que de momento no me quedaba otra que ir haciéndola por tramos.


Por cercanía, y para evitar el uso de otros transportes alternativos, empiezo por Huelva. Conozco la mayor parte de los caminos y carriles que llevan hasta el inicio en Santa Olalla del Cala y sé de la dureza de los mismos, así que trazo la primera etapa completamente por asfalto para ahorrar un tiempo que posiblemente me vendrá muy bien más tarde. La vuelta a casa desde Matalascañas discurrirá por las variantes 9a y 9b desde Torre del Loro a Almonte y Villamanrique añadiendo además un último tramo de allí hasta Sevilla. El resto, en principio, seria la ruta original sin establecer claramente los kilómetros de cada etapa y estando abierto a lo que la realidad tuviese a bien sugerir o imponer.

Era este un viaje deseado y maldito desde sus inicios. Poco antes de partir en la fecha inicialmente prevista, junio, fue un accidente doméstico el que impidió llevarlo a cabo. La imposibilidad física me dejó de baja y convaleciente en casa, pero me dio la posibilidad de posponer mis vacaciones y unirlas a las que ya tenía en Septiembre, un lujo que agradecería ahora.

Una semana antes de la fecha prevista para salir las cosas se tuercen de nuevo. Salgo un día a entrenar un poco y a la vuelta le hago una visita a mis mentores en esto del ciclo-turismo, Roberto y Natalia, y a su retoño Rubén. Paseando por Triana, sin saber muy bien cómo, vengo a darme de bruces contra el suelo.




La radiografía sirve para descartar cualquier daño grave, pero el médico, además del tratamiento farmacológico pertinente, recomienda reposo y avisa de que el dolor en las costillas irá en aumento y durará como mínimo un mes.

No pienso rendirme sin ni siquiera intentarlo. Lo peor que puede pasar es que el dolor no sea soportable y tenga que regresar a casa en cualquier momento. No las tengo todas conmigo, pero tras estar en casa una semana viendo cómo (no) evoluciona el dolor, la decisión está tomada; partimos el viernes 16 de septiembre de 2016.

Día 0.

Tengo la mala costumbre de dejar los preparativos para última hora y no iba a ser menos en esta ocasión en la que además la duda revoloteaba incansable sobre mi cabeza. Por la tarde bajo al sótano a cambiar los pedales a la bici (para estos menesteres sobran los automáticos), quito los accesorios que sobran e instalo alguno que necesitaré, reviso la presión de las ruedas y la trasera pierde rápidamente el aire nada más tocarla. Un corte irreparable me obliga a cambiar la cámara, de modo que corriendo a la tienda a por una nueva para no gastar las de recambio. Por suerte ha ocurrido en casa.

Voy guardando todo el equipaje en sus bolsas y procuro no meter nada que sepa con seguridad que no voy a utilizar. De modo que meto algo menos de ropa y no me llevo el toldo que podría usar como vivac. Sólo con eso y no llevar llenos los dos bidones de la horquilla siempre que no sea imprescindible ahorro dos o tres kilos. Aún así siempre se puede llevar menos peso.




Como suele ocurrir los nervios no me dejan dormir todo lo que me gustaría y me hacen levantarme varias veces para comprobar que no he olvidado esto o lo de más allá.

Día 1.

Aunque por suerte estos días de mediados de septiembre ya están bajando las temperaturas procuro salir temprano para evitar las horas de mayor insolación. No lo consigo y a eso de las nueve de la mañana nos ponemos en marcha.

No me gusta la idea de hacer tantos kilómetros por carretera, pero a excepción de un pequeño tramo al principio de la etapa todo el recorrido hasta mi primer objetivo sería así. Afortunadamente el tráfico en las carreteras por la que hoy transitaré es muy reducido desde que se abriese la A-66.

Circulo por carreteras secundarias hasta Las Pajanosas y sigo por la N-630 hasta Santa Olalla. Serán unos 78 kilómetros que casi siempre irán picando hacia arriba excepto para cruzar la Ribera de Huelva.




Los kilómetros pasan despacio y la continua ascensión se hace pesada. No tardan en aparecer los primeros buitres. Me falta algo si en uno de mis viajes no veo buitres. Ya los considero un buen presagio y siempre me alegra contemplar su majestuoso vuelo.




Paramos en las Pajanosas por primera vez para "desayunar" y, a parte de alguna otra parada a pie de carretera para tomar aliento, no volvemos a hacerlo hasta el Bar Casa Paco de El Ronquillo. A medio día el sol pega de lleno en la calle y veo que tienen un patio trasero. Les pido permiso para meter la bici atrás y poder así comer dentro del local con toda la tranquilidad del mundo. Empiezo con los socorridos menús, siempre completos y baratos.

No pierdo mucho tiempo y después de refrescarme en la fuente de la Plaza de España sigo mi camino sin prisa pero con pausa. Pausa que sería ineludible al llegar al Alto del Palancar. Me lanzo al área de descanso habilitada en un pequeño eucaliptal en medio de la nada en la que por suerte se podía estar a la sombra disfrutando de una ligera y refrescante brisa. Tras tumbarme en un banco de piedra caigo rendido en una corta pero reparadora siesta. ¡Me he quedado dormido en un banco de piedra junto a la carretera!




Sudando y subiendo llegamos por fin a nuestro destino a eso de las cinco y media de la tarde. Voy directo al único hostal del que tengo noticia en el lugar y me lo encuentro cerrado por obras. Decido entonces irme a tomar algo a un bar y planear el siguiente movimiento, pero está casi todo cerrado. Entro en una pequeña tienda de alimentación en la que compro una cerveza que me tomo en una sombra de la calle.

Voy preguntando a los lugareños por posibles alojamientos y tras llamar a dos o tres teléfonos que me facilitan resulta que o bien ya no existen o están ocupados. Me voy al cuartel de la Guardia Civil a ver qué podemos hacer, pero también me lo encuentro cerrado a cal y canto. Y me voy después al ayuntamiento, pero está cerrado también. Por suerte en una de mis idas y venidas me encuentro al policía local y tras un rato de charla me habla de un lugar tras el castillo, la Fuente de Arriba, donde según él no habría problema en acampar. También me habla de un eucaliptal junto al cementerio. La otra opción sería irse a Monesterio o a Real de la Jara donde sí hay hostales o albergues, pero mi cansancio ya no me invita a tales lujos.

Tras reconocer el terreno me decido por la zona de recreo de la Fuente de Arriba. Está a los pies del castillo y tengo agua corriente, árboles que me protegerán del relente de la noche y unas cómodas mesas y bancos donde preparar la cena y el desayuno. Antes de instalar el campamento me voy de nuevo al pueblo y compro un poco de pan y chorizo para completar la cena.




Antes del anochecer tengo el hotel montado. Algunos niños que pasaban por mi lugar de descanso se reían y comenzaban un acalorado debate sobre si yo cabría o no en esa tienda tan pequeña. Los perros de las fincas de los alrededores ladraban al más mínimo movimiento, cosa que lejos de molestarme me resultaba tranquilizador.




Esta noche, además, hay luna llena. La Luna de Cosecha, del Vino, Cantora o del Ciervo, considerada la luna "más poderosa" del año y la que anuncia la llegada del otoño. Para colmo de bienes tendremos un eclipse penumbral. No os negaré que fue un subidón verla aparecer brillante tras el castillo mientras calentaba mi sopa. Me sentí privilegiado y feliz por poder estar allí en ese momento. ¿Otro buen presagio?





La noche no fue muy fría y, a pesar de los perros que merodeaban y curioseaban por el lugar, fue muy tranquila. Lo peor de todo fue mi dolor en las costillas, que tiene su momento álgido cuando me acuesto. A pesar de la medicación cada movimiento en la noche se convierte en una pequeña tortura. Las estrecheces de mi palacio no ayudan. Está claro que éste tampoco va a ser un viaje de acampadas, no puede serlo si quiero descansar mínimamente.






Día 2.

Tras el primer café, a las nueve y media de la mañana, ya hemos levantado el campamento sin dejar rastro de nuestro paso por el lugar. Nos vamos al pueblo a desayunar en condiciones.

Bajamos la alta presión que para rodar por asfalto llevábamos en las ruedas y la ponemos a punto para la tierra, los baches y las piedras. Entre una cosa y otra nos dan las diez y media.

El plan de hoy es llegar a Aracena. Me voy a mover por la sierra y sobre el papel parece que durante la próxima semana no voy a rodar en llano ni un solo kilómetro. Las etapas marcadas no son largas y espero superarlas sin problemas.

Esta etapa transcurrirá por senderos, pistas y algo de asfalto. Cruzaremos dehesas y varias fincas a priori sin gran dificultad técnica.




Los desniveles son a ratos de un porcentaje considerable, sobre todo en los caminos, que no tanto en el asfalto. En un momento dado, subiendo una "pared" de tierra y piedras, la rueda trasera pierde tracción (cosa que pasaría a partir de ahora en muchas ocasiones) y al agarrar nuevamente en una piedra la fuerza de la pedalada encabrita la bici. A punto está de tirarme al suelo si no llega a ser porque la tiro yo antes a ella. No ocurre nada ni se produce ninguna avería, pero el susto ya lo llevo puesto. El sobresalto y los baches también me recuerdan el estado de mis costillas.




La dureza de los desniveles y el calor hacen de las suyas. El agua se va acabando más deprisa de lo previsto. Voy preguntando a la poquísima gente que me encuentro pero parece que no habrá agua hasta que llegue al barranco donde desembalsa la Presa de Aracena. Antes de llegar allí me encuentro la cancela de una finca, Coto Caravales, sin candado ni perrito guardián que la vigile. Se ven una casa y aperos de labranza. Seguro que hay agua a mano. Entro y al llegar a la casa llamo a ver si hay alguien. No obtengo respuesta y me dirijo al primer grifo que veo en una pared. Relleno mi bolsa de agua, procuro no dejar huella de mi paso y sigo mi camino.

No tardo en llegar a la presa del embalse de Aracena donde, ya por asfalto, me encuentro con un par de moteros haciendo fotos. Me avisan sobre la dureza de lo que viene. Unos cinco kilómetros de fuerte subida a Puerto Moral que me van a dejar para el arrastre.




A eso de las dos llego rendido a Puerto Moral, y nada más tener a la vista el pueblo diviso entre las casas una terraza con unos toldos rojos y suficiente gente como para hacerme pensar que lo que veo es uno de esos oasis a los que por aquí llamamos bares.




Allí llego, al bar Luisi, recibido por un delicioso olor a sardinas asadas. Aparco la bici y entro a pedir unas singulares cerveza helada y sardina calentita que en breve pasarían a convertirse en plurales. Bebo y devoro con fruición los manjares que mi calor y cansancio tanto agradecen.

Estoy en la Plaza San Pedro, un agradable lugar con un mirador a un pequeño valle sobre el que el pueblo se asoma a modo de balcón de casas blancas.




Empiezo a plantearme no llegar a Aracena y comer y descansar en Corteconcepción, que ya está cerca. Pero vista la hora pregunto a un grupo de señoras que hay en la mesa de al lado si hay en el lugar algún alojamiento que no sean los apartamentos turísticos que he visto a mi paso y que tan cara pinta tienen. De inmediato la más joven de la mesa se levanta y viene a mi encuentro sonriendo de forma encantadora e interrogándome en voz baja como quien guarda un secreto que en breve me será desvelado. La chica señala la amplia terraza de una casa que junto a nosotros se asoma a los primeros huertos del valle y me pregunta si quiero quedarme allí. Ante mi sorpresa y mi curiosidad me cuenta que es la casa de una amiga que alquila algunas habitaciones por poco dinero y que si quiero la llama y lo arreglamos. Accedo a la consulta sin asegurarle aún si me quedaré o no y en menos que canta un gallo me encuentro en la casa, mientras la cerveza se calienta y la sardina se enfría, hablando en persona con la dueña de la casa y su amiga (que además me hace de simpatiquísima cicerone sin dudarlo un instante). La oferta es irresistible, el lugar fantástico y la amabilidad de las anfitrionas indudable. Pero les pido un rato para comer y decidir. No me cuesta mucho, y antes de que llegue la comida llamo a la casera y le digo que me quedo. El sitio lo merece y sé que descansaré con toda la tranquilidad del mundo.




Después de comer, y tras hacer un poco de turismo por el lugar, me voy a la casa. La dueña me guarda la bici, me ofrece un café, me dice que si quiero puede cocinarme algo y que también puedo pasar cuando lo necesite a utilizar su ordenador. Se lo agradezco, pero lo que yo estoy deseando es darme una ducha, y echarme una siesta. También aprovecho para lavar la ropa que he usado los dos primeros días.

Después de descansar, al anochecer, me daré un paseo por el pequeño pueblo y me iré a cenar al bar La Parra bajo la vinífera planta que le da nombre al local.




Descanso a las mil maravillas sólo perturbado por las campanas de un reloj que sonaba a cada hora menos veinte y por el consabido dolor de costillas cada vez que cambiaba de postura.








Día 3.

Me levanto con la intención de recuperar tiempo parando a desayunar en Aracena y llegando a Jabugo a la hora de comer. Nada descabellado teniendo en cuenta que son a penas 32 km, menos que el día anterior.

Nada más salir me doy cuenta de que la bolsa del cuadro tiene la cremallera abierta y compruebo que está estropeada y no hay manera de cerrarla. Como no veo otra solución sin agujerear el material impermeable del que está hecha (podría ponerle unos imperdibles que llevo), le aprieto unas correas para que al menos no se salga el contenido.




Los primeros cuatro kilómetros hasta Corteconcepción pasan con relativa facilidad y de forma muy agradable. Pero a partir de ahí todo cambia.




Hace algún tiempo una avería en el coche me llevó a recorrer a pie la distancia que separa Corteconcepción de Aracena por los mismos caminos por los que hoy tenía que pasar. Lo recordaba como un camino difícil, largo y complicado para la orientación (de hecho me perdí), claro que por aquel entonces no llevaba el GPS. Esto me inquietaba un poco pero no me frenaba lo suficiente como para plantearme alternativas.




Efectivamente los caminos son los mismos y efectivamente me encuentro con que no son del todo ciclables. Eso sí, el paisaje y los senderos entre los bosques son de una belleza única. Hago el recorrido en no demasiado tiempo y sin ningún incidente a parte de los arañazos de las zarzas y los golpes de los pedales en algunas piedras y en mis propias espinillas.




Teniendo en cuenta lo técnico del terreno llego relativamente pronto a Aracena, donde desayuno fuerte sabiendo que hoy no será fácil. Los desniveles se sucederán sin descanso. Nada nuevo por otra parte.





Entre castaños y helechos vamos avanzando a la sombra, vadeando arroyos y dando gracias por no llevar alforjas. Si ya es difícil pasar por algunos sitios con esta bici y su carga no quiero ni pensar lo que supondría ir con alforjas y el doble de peso.




Pasamos Los Marines, con una interesante representación en cerámica, algo parecido a la de la Plaza de España de Sevilla, de todos y cada uno de los lugares de interés de la sierra. En Fuenteheridos no podemos ni queremos evitar parar a descansar un poco y rellenar la bolsa en la fuente de los doce caños.

De camino a Galaroza cruzamos entre senderos el paraje conocido como "El bosque encantado". Los tramos pedregosos siguen acompañándonos y casi no hay descanso entre subidas y bajadas.





Tras recorrer el precioso sendero que discurre por el bosque de la rivera del río Múrtiga, con más calor de lo habitual y a la hora prevista, nos plantamos en Jabugo realmente cansados. Lo primero que hago es irme al centro del pueblo y comenzar a preguntar por los posibles alojamientos, aunque ya sabía que podía ser difícil aquí. Tras preguntar por todos sitios compruebo que efectivamente hay que buscar otra alternativa.

Hay que elegir entre acampar, volver a Galaroza, a cuatro o cinco kilómetros, o seguir hasta Cortegana, a unos trece kilómetros.

Busco un sitio donde comer, y aprovecho para reparar allí la cremallera rota. Tras meditar durante la calurosa comida decido seguir, a pesar del cansancio y el sofocante calor, hasta Cortegana.

A esta hora el GPS a penas tiene batería y casi quema al tacto. El pobre acaba bloqueándose y pierdo los datos de lo que llevo de etapa (no podré mostraros este primer tramo). Ponemos a funcionar el otro y seguimos camino. A partir de aquí los senderos se convierten en carriles con mal firme y con fuertes pendientes con escasas sombras. La cobertura de GPS no es muy buena, pero tras una fortísima bajada, al llegar a un difícil camino con una trialera imposible que a ratos se convierte en arroyo, me doy cuenta de que me he desviado del camino. Quizás el hecho de ir concentrado en no matarme en la bajada me ha despistado en alguna intersección. Muy a mi pesar tengo que ponerme a subir la fuerte pendiente empujando la bicicleta durante un buen trecho que no voy a olvidar. Al llegar al punto en el que me desvié me encuentro un coche tapando una cancela que a su vez estaba cerrada por un candado. Ese era el camino que tenía indicado en el mapa y que aunque yo había visto en la bajada pasé por alto al verlo cerrado. Un señor que trabajaba en la finca de enfrente me explica que les pasa a muchos lo mismo que a mi y que esa finca lleva más de veinte años cerrada. Estudio el mapa y evidentemente vuelvo a bajar para tomar el peor camino que al final acabará uniéndose al original.

Seguimos con el cabreo, el cansancio y el calor. Algo después de las cinco estamos en Los Romeros. A la entrada del pueblo paro junto a los lavaderos y la fuente a mirar el GPS. Una cuadrilla del INFOCA está en la fuente descansando a la sombra y me hacen una señal para que me acerque. Se interesan por mi situación y muy amablemente me invitan a un café que acaban de prepararse. Vuelvo a rellenar la bolsa de agua. Pasamos un buen rato charlando sobre su trabajo, sobre los montes, las gentes, los viajes, las bicis... Una agradable charla y un descanso reconfortante. Antes de despedirnos, al saber que pasaré por San Telmo, uno de ellos me da su nombre y me dice que cuando llegue allí pregunte por él, que el retén tiene su base allí y que algunos también viven en la aldea. Intentará echarme una mano con lo que necesite. Me ponen sobre aviso de lo que me espera y me advierten de algunos peligros de los caminos por los que pasaré. Tomo buena nota de todo, se lo agradezco, y nos despedimos para seguir cada uno a lo suyo.




Pasamos La Canaleja y tras la última fuerte subida del día llegamos por fin a Cortegana por su parte alta a eso de las siete y media. Esta vez no lo dudo y paso de largo por la puerta de las pensiones para irme al hostal que mejor pinta tiene. Después de regatear un poco el precio con la recepcionista y avisarle de que posiblemente me quede un par de noches me voy a la ducha y me tumbo un rato en la cama antes de irme a cenar.




Siendo verdad que hoy he hecho el equivalente a dos etapas de la guía mi cabreo con sus autores y su forma de evaluar la dificultad del recorrido es tal que si los pillara en ese momento los colgaba de un castaño.

Un día repleto de preciosos e irrepetibles paisajes y enclaves donde además de la vegetación hemos podido disfrutar de la presencia de ciervos en varias ocasiones. Aún así ha sido un día duro, quizás el más duro del viaje, y tras la cena tengo decidido que mañana lo dedicaré a descansar.

Os dejo aquí sólo los últimos kilómetros de esta etapa, que son los que pude guardar tras mi paso por Jabugo.







Día 4.

A pesar del Ibuprofeno y el Fisiocrem las noches no están siendo precisamente fáciles. El dolor me despierta mil veces y coger la postura es complicado, y cuando se coge no tarda en ser cansada. Está claro que lo de volver a dormir en la tienda habrá que usarlo sólo como último recurso.




Este día lo aprovecharé para lavar de nuevo la ropa y descansar todo lo que pueda. Salgo temprano del hostal y me doy un paseo por el empinado pueblo. Hago la inevitable visita al castillo y recorro la localidad de punta a punta estudiando también la mejor salida para mañana. Desayuno bien y barato en la Plaza de la Constitución y me vuelvo a descansar a mi cama.




Veo un poco de tele, leo, hago fotos... Y descubro que hay en el pueblo un comercio en el que hacen comida casera para llevar y muy barata. Se me ocurre que sería buena idea pedir un menú y devorarlo en un lugar perfecto que vi junto al castillo.

Por desgracia el negocio no iba muy bien y la buena mujer no tenía casi nada preparado, de modo que descarto la idea y me vuelvo al centro del pueblo donde me ponen un plato de revuelto con jamón que me resultó imposible terminar por su tamaño. Eso sí, de jamón no quedó nada de nada.




Después de la siesta volvería a dar otro paseo y para la cena no iría más lejos del propio hostal donde me metería entre pecho y espalda todo un señor serranito. Y pronto a la cama que mañana vuelve a pintar duro.

Día 5.

Con San Telmo como objetivo bajo a desayunar muy temprano. Tras hablar sobre el recorrido con el camarero, que resultó ser de Aroche y aficionado al ciclismo de montaña, empiezo a pedalear en una mañana fría que promete ser igual de dura que la anterior.

Al parar a descansar en Cortegana me desvié lo suficiente de la ruta como para tener que andar consultando y buscando en el GPS el enlace con la pista marcada en la guía. Tras alguna confusión a la salida del pueblo, y preguntando a alguna gente que me voy encontrando, cuando llevo algo más de cinco kilómetros alejándome de la carretera principal y adentrándome en las pistas de la sierra, doy con la ruta que tendré que seguir hasta Aroche.

Nada más llegar al enlace encuentro un cartel que anunciaba bien a las claras que ese día, martes 20, a partir de las siete de la mañana, esa pista estaría cortada al tráfico por hormigonado del camino.

Me paro a buscar alternativas y decidir qué hago. No sé cuánto más tendré que rodar para llegar a esas obras y pienso que cuanto más adelante siga más tardaré en regresar si el paso es imposible. Pero no me gusta la idea de empezar el día perdiendo más de una hora en hacer once kilómetros para nada y tener que desandar lo andado para llegar a Aroche por carretera. Teniendo en cuenta que llevo una bicicleta de montaña, con no demasiado peso y fácil de echarse al hombro, me hago a la idea de que por muy feo que esté el asunto siempre se podrá, como mínimo, pasar andando por algún sitio. Tras meditarlo un rato y sin tenerlas todas conmigo decido arriesgarme y seguir adelante.

A medida que avanzo me asaltan las dudas sobre mi decisión porque no llego al lugar de las obras. En un momento dado me adelanta una hormigonera. Nos hacemos una señal pero el conductor no me dice nada. Sigo subiendo. Al poco me cruzo con otra hormigonera. Avanzo pero no veo obras. Imagino que andarán más arriba, en alguna pendiente fuerte, que es donde se suele hormigonar para que los coches tengan tracción. Al rato comienzo a escuchar motores y por fin, ocupando todo el camino, me encuentro con una excavadora que está limpiando la pista, alisándola y echando escombros a sus lados. Después de gritar al tipo que la maneja sin que el ruido le permita oírme, rezando para que no haga un movimiento brusco e inesperado, me echo la bici al hombro y paso rozando la mole mecánica. Entre matojos que me arañan las piernas llego a la altura de la cabina y el tipo me ve, me saluda y detiene su trabajo durante el tiempo justo para que suba y baje de la montonera que había acumulado allí. Sigo durante otro buen tramo y no veo nada que no sea el camino alisado por la excavadora, hasta que, ahora sí, me encuentro con una hormigonera mirando hacia mí y de nuevo ocupando todo el carril. Un poco más allá unos cuantos operarios están extendiendo en el camino el hormigón que va descargando el camión. Nuevamente me echo la bici al hombro y al verme aparecer paran por un instante la descarga y me dejan pasar por un lateral saltando entre hormigón por los huecos que aún quedaban sin rellenar. Me dan alguna indicación del camino y tras darles las gracias sigo adelante.

Tras bajar del lugar de las obras me enfrento a una de las subidas con más pendiente de todo el viaje, o al menos así lo recuerdo yo. Llegar a Aroche por esa subida supone un esfuerzo considerable, pero llego muy temprano al pueblo y me paro en la Plaza de la Constitución a beber y comer algún dulce que había comprado en Cortegana.




Sé que en los próximos kilómetros hasta San Telmo no hay ningún sitio donde avituallarse y decido entrar en el bar que tengo en frente y descansar mientras me hidrato. Cuando les cuento mis intenciones a los tertulianos del lugar ponen cara de estar hablando con un "colgao" y me recomiendan que lleve agua en cantidad, que coma algo ahora y que cargue con más comida para el camino. Me asustan un poco y les hago caso. Uno de los presentes había trabajado muchos años en el INFOCA y conocía a los miembros de la cuadrilla con la que coincidí un par de días antes. Me informa bien sobre el camino que me queda en los próximos días y me acompaña a comprar comida mientras dejamos la bici en el bar.

Tras comer un bocadillo y aprovisionarme para el camino me lanzo a las pistas que me llevarán a la que espero dura subida a la Sierra Pelada. Giramos al suroeste. Alguna subida todavía no demasiado fuerte y después la bajada al puente de la Peramora. Desde ahí empieza el calvario de Sierra Pelada. El calor empieza a apretar. Apenas hay sombras. Como siempre los paisajes desde las alturas son dignos de ver. De vez en cuando me adelanta o me cruzo con algún camión de los que se dedican a transportar la madera de las explotaciones forestales del lugar, eucaliptos básicamente. Me hacen tragar polvo hasta decir basta. La subida es lenta, dura, cansina y a pie en demasiadas ocasiones. Pero casi le tengo más miedo a la bajada. Todos me han puesto sobre aviso, hay demasiada gravilla y piedras sueltas y en el perfil da miedo.




Tras la eterna subida por una sierra que hace honor a su nombre, ya en la cota más alta, me encuentro de nuevo con señales y cadenas que cortan el camino prohibiendo el paso a vehículos y personas no autorizados. Pero como no me queda otra y no pienso ni siquiera en plantearme alternativas me hago el tonto y tiro millas.




A medida que bajo, con mucha precaución y abusando de frenos, va aumentando la masa forestal. A lo lejos ya se adivinan los llanos que me esperan hasta el mar en los próximos días. Con más lentitud de la esperada me voy acercando a la mina de San Telmo y finalmente tras cruzar un paisaje lunar me encuentro en plena Corta de Santa Barbara. Ya son las tres y media pero no me resisto a rodear y visitar toda la zona de la mina.




Cuando llego a San Telmo lo primero en lo que me fijo es en un todo-terreno del INFOCA, así que me lanzo a preguntar por los chicos de la cuadrilla a través de la ventana de una cocina. Informado convenientemente me dispongo a buscar un sitio donde comer, con la mala fortuna de que el único bar-restaurante está cerrado por vacaciones. No hay problemas, el gasolinero me manda a "donde la Gemma", que tiene en su casa una especie de kiosko donde tomarse algo y que por suerte tiene alguna comida pre-cocinada que me servirá muy amablemente.

Mientras me prepara algo de comer voy interesándome por el alojamiento, que como ya sabía va a depender de la disponibilidad del salón de actos municipal y de que el alcalde me de el permiso y las llaves para usarlo. Mis anfitriones se ponen manos a la obra para intentar localizar al alcalde, pero está en Cortegana y de momento no hay manera. Tras comer acepto la invitación de Gemma a descansar en su casa y esperar a tener noticias del alcalde. Al parecer El Chico, que es quien me ofreció su ayuda días antes, ha tenido que salir a Sevilla por un asunto familiar y no está en la aldea.

No tardo mucho en inquietarme y decido salir a los alrededores para buscar un sitio donde plantar la tienda. Gemma me ha dicho que puedo acampar en la parte trasera de su casa sin problemas, pero no me resisto a buscar algún lugar más aislado. Encuentro algún sitio decente en un saliente bajo el mirador de la corta, pero el viento comienza a pegar fuerte y el olor a azufre tira para atrás, de modo que de momento vuelvo a descartar la acampada y dejarla como último recurso.




En esas estaba cuando aparece uno de los amigos de la cuadrilla que me ha visto a lo lejos desde su casa. Charlamos un rato y me voy de nuevo a casa de Gemma para ver si hay noticias del alcalde, pero a más de las seis de la tarde sigue sin dar señales de vida.

Dejo la bici y me voy a pasar el rato con los chicos del INFOCA al retén. Allí hablamos de mil cosas, pero sobre todo de su trabajo. Esta gente hace un trabajo duro e imprescindible que debería estar mucho mejor considerado. El lugar es una amplia nave donde guardan el camión y los vehículos más ligeros. Cuentan con lo básico para pasar las horas de guardia de una forma aceptablemente cómoda. Creo que no sería mal sitio para pasar la noche, pero ellos no me lo han ofrecido y aunque les hago alguna insinuación no me atrevo a pedírselo abiertamente. En el futuro tengo que echarle más morro al asunto si quiero arreglármelas mejor.

Pasa el tiempo conversando y cuando me doy cuenta de que el sol ya está demasiado bajo pregunto por última vez por el alcalde pero no se sabe nada de él. El Cerro del Andévalo, mi próximo hito en la ruta, está a poco más de nueve kilómetros por carretera, así que llamo por teléfono a un par de alojamientos, negocio el precio y reservo donde parece que los transandaluseros tenemos descuento. Me despido de San Telmo agradeciendo su hospitalidad y casi con la puesta de sol llego a mi lugar de pernocta. En esta ocasión, entre pitos y flautas, me olvido de conectar el GPS para este último tramo de la etapa, de modo que tampoco os podré dar los datos. Llego con el tiempo justo para darme una ducha y salir a cenar algo ligero e irme dormir pronto para terminar un largo y cansado día. Al echarme en la cama vienen todos los dolores juntos. La costilla no quiere que me olvide de ella.








Día 6.

La guía avisa de que en el siguiente tramo "tendremos que extremar nuestras dotes para la orientación si es que no llevamos GPS. La dificultad técnica asignada a este tramo, “Media”, se debe a las complicaciones que vamos a tener con la orientación. Ya que nos adentraremos en un eucaliptal donde los caminos van cambiando según las necesidades de plantación o saca de los árboles". Visto lo visto y dado lo poco que pude descansar el día anterior decido hacer una etapa corta y terminarla en Calañas.

El desayuno en Narayana Casa Camilo, que es donde me quedo a pasar la noche, es contundente, casero y exquisito. Cuidan especialmente a los ciclo-turistas aquí y si avisáis con tiempo antes de la llegada os prepararán una buena cena. Podéis lavar la bici y la ropa también. El sitio es moderno, cuidado y encantador.

Salgo temprano a la ruta y a la salida del pueblo me encuentro a un ciclista que espera a su hermano para salir de excursión por la sierra. No tengo prisa y me paro a charlar un rato sobre las bicis, los viajes, la zona y hasta de alguna historia personal del chico. Pasado un buen rato me dirijo al laberinto de hoy y a pesar de que yo sí llevo GPS me pierdo en un par de ocasiones. Me tranquiliza ir viendo de vez en cuando huellas de otras bicicletas, pero realmente hay caminos mires donde mires. Sin duda el GPS es toda una ayuda en estas ocasiones, aunque a saber las aventuras que te pierdes gracias a él.




Seguimos aún subiendo y bajando en una etapa no exenta de dificultades. Tras disfrutar de las ondulaciones del Andévalo, a eso de las once y media, llego al que será mi alojamiento de hoy. Tengo donde guardar la bici tras darle un buen lavado y puedo lavar ropa y tenderla al sol. Aquí, en el Hostal Las Lomas, también hay descuento para nosotros.




Tras el aseo me voy a pasear y a tomar unas cervezas. En el Bar Andalucía encuentro el lugar más adecuado para la comida más deseada y buscada desde que salí de Sevilla: ¡Gazpacho y macarrones con chorizo! Seis días tardé en encontrar gazpacho y pasta, increíble. En fin, un buen sitio para volver a la hora de cenar.

Me echo una señora siesta y en una de mis escaramuzas descubro una piscina para mí solo detrás del Hostal. Evidentemente hago buen uso de la misma.




El día de hoy ha sido relajante y reconstituyente. Ceno pronto y duermo bien. Todo lo bien que la costilla me deja hacerlo.






Día 7.

Recibimos el otoño con frío y una densa niebla. No es mala cosa del todo para andar en bicicleta. Hoy abandonaremos definitivamente la sierra y llegaremos a la costa. Pero antes, en lo que nos queda hasta Sotiel Coronada, podremos aún disfrutar de algunos de los más bellos paisajes de la ruta.




No pasan ni tres cuartos de hora desde el inicio de la etapa y me enfrento a un dilema que tardo en solucionar. Vengo a dar a las orillas del Embalse del Calabazar con un entorno perfecto para la acampada entre frondosos bosques y un paisaje de ensueño. Acabo de salir de Calañas y son a penas las nueve y veinte de la mañana, pero me asalta la idea de acampar y pasar allí el día. No puedo evitar pensar que sería un día perdido y al mismo tiempo un día muy disfrutado. Como no estaba previsto tampoco llevo comida ni agua suficientes.




Esto aparte siempre hay que pensar en la prohibición que en este país existe de acampar libremente. Recorro y exploro un poco la zona buscando un lugar discreto mientras disfruto del entorno. El caso es que como tampoco es que me sobre el tiempo decido finalmente seguir adelante después de tomar nota del lugar. No puedo evitar irme con cierta pena. En lo sucesivo hay que replantearse si este tipo de decisiones son las correctas para la forma de viajar que me gusta.




Tras llegar a Sotiel Coronada, un poblado minero junto al Odiel, comienza la que será la última ascensión que se precie del viaje. Tras unos duros ocho kilómetros de subida llegamos a Valverde del Camino y hacemos una parada para avituallarnos y reponer fuerzas.

Como la querencia lo facilita y la meteorología ayuda, nos lanzamos como alma que lleva el diablo por la Vía Verde de los Molinos del Agua y enlazamos así tres etapas en una, es lo que tiene llegar fuerte e ir bajando de la sierra a la costa.




Pronto, a toda la velocidad que permite la bici, vamos cambiando de paisajes. Los pinares van dando paso a los olivos y frutales y estos, poco a poco, a los cultivos de secano. Como en muchas otras ocasiones compartimos camino con los peregrinos que van a Santiago. Pasamos cerca de Beas y Trigueros y abandonamos la Vía Verde en San Juan del Puerto para tomar la carretera que, cruzando el Río Tinto, nos llevará hasta el final de la etapa en Moguer.

Llegamos a la población a la hora en la que los padres se arremolinan a las puertas de los colegios creando el caos cuando dejan sus coches donde les viene en gana. En las de sortear el tráfico estaba cuando nuevamente se sale la cadena y me llevo un buen susto. Esto habrá que solucionarlo cambiando el grupo transmisión por otro de mejor calidad y mayor fiabilidad (habrá que ahorrar), no quiero una caída tonta por una rotura de cadena en el momento más inoportuno.

Me quedo en el Hotel Plaza Escribano, todo un lujo por el que no dudo en regatear. Nunca había hecho esto, pero desde que me muevo en bici y con estas pintas parece que me da menos corte y siempre regateo el precio de los alojamientos en los que me quedo. Parece que a los cicloturistas se les presupone poco presupuesto y se les tiene mucha confianza y en buena consideración. Hay que aprovecharlo.

Con la bici a la vista desde mi ventana en un bonito patio interior me acomodo en una impecable habitación más lujosa de lo que hubiera imaginado para este viaje.

La cercana Bodeguita de los Raposo saciará sobradamente mis ansias gastronómicas. Tendré tiempo para pasear, descansar y hasta para ir a la farmacia a por ungüentos que alivien  mis dolores y eviten mis incipientes rozaduras.








Día 8.

Esta etapa la inicio con cierta preocupación por si las arenas me lo pondrán difícil en los caminos que hoy toca transitar. Dependiendo de lo que nos encontremos decidiremos si dormimos en Matalascañas, Almonte o vete tú a saber.

Desayuno en un polígono industrial a la salida de Moguer y casi sin darme cuenta ya ando entre pinares y caminos arenosos y polvorientos que a primerísima hora de la mañana tienen un tráfico de coches que me cuesta creer. Son los habitantes de las urbanizaciones cercanas al pueblo que sin duda se dirigen a trabajar.

Pasando la Ermita de Montemayor nos adentramos en los pinares que poco a poco nos irán acercando al entorno de Doñana entre pistas forestales, veredas y hasta carriles bici. En este tramo, y ya casi en todo nuestro camino hasta Villamanrique, nos iremos encontrando algunas casas y zonas de descanso convenientemente habilitadas para el descanso de los peregrinos al Rocío.




Poco a poco, disfrutando de una espléndida mañana entre pinos piñoreros por la Vereda de la Torre del Loro vamos adivinando y deseando la cercanía del océano. Este tramo, por un entorno que me resulta familiar y acogedor, es fácil y relajante. Estoy como en casa.






Al llegar al Camping Matalascañas decido rodearlo y adentrarme por las arenas hasta la playa. Como el acceso no era precisamente fácil, a pocos metros del agua desisto y me vuelvo al camping. Allí pregunto por los precios y las opciones de alojamiento y entro para ver cómo es. Aprovecho para contemplar el mar, descansar un poco y tomar algo en el bar más caro del mundo. Sólo el precio del refresco que me tomé disipa cualquier duda sobre la posibilidad de quedarme allí, si es que la tuve en algún momento. Un mega-camping con cierta fama pero que a mí no me dio buena impresión.




A partir de este punto la TransAndalus continúa hacia Matalascañas para cruzar Doñana por la arena de la playa durante unos 30 km, según la guía "de soledad y dureza", y no le falta razón del todo. En su día ya recorrí éste y otros tramos de la TransAndalus por la zona, así que, como ya conocía las rutas que rodean el parque y éstas suponen un rodeo innecesario para mis propósitos, opto por la alternativa que desde aquí me llevará directamente a Almonte. Tomo entonces la pista forestal que vuelve a adentrarme en el entorno de Doñana y sigo pedaleando con la tranquilidad que me da ver que de momento la arena no me va a dar problemas.




Con una alta torre de vigilancia como referencia voy adentrándome en la zona de protección del parque, pasando por el complejo palustre de Ribetehilos, hasta Los Cabezudos.

Las pistas forestales vienen a terminar en el Centro de Defensa Forestal que lleva el nombre del pueblo. Los Cabezudos es hoy día un pueblo abandonado que tiene su origen en los años 20 cuando una compañía holandesa comenzó a explotar la riqueza forestal del lugar. Tras la guerra civil la explotación pasó a manos del estado y poco a poco fue decayendo hasta que en los años 80 el pueblo acabó por despoblarse. Un paseo por el lugar nos deja ver los restos del colegio, la cantina, el consultorio y alguna tienda además de las ruinosas casas, aunque alguna queda habitada en la parte alta y alguna otra parece que es utilizada como almacén. La iglesia hoy cubre su suelo con proyectiles de armas simuladas que delatan el uso con el que algunos sacan provecho a estos lugares en sus ratos de ocio. Sobrecoge un poco ver el estado de abandono del lugar y pensar en lo que supondría para los que fueron sus habitantes dejar atrás todo aquello.






Tras un buen rato haciendo fotos, descansando y comiendo algo seguimos camino ya por carretera hasta Almonte. Será el viento en contra el que en esta ocasión haga un tanto pesado este último tramo del día. A penas hay tráfico y ya vamos sintiendo cierta desgana al pensar que se acerca el final de la aventura.

Almonte ha crecido considerablemente, pero curiosamente sólo hay un lugar donde alojarse. Ya al preguntar en el pueblo no me dieron muy buenas referencias ni del lugar ni de sus dueños. Al ser un hotel de apartamentos el precio no será muy bajo, pero es lo que hay, y como la costilla me está doliendo especialmente no puedo pensar en otra opción. El caso es que el regateo funciona y me dejan el alojamiento casi en la mitad del precio de partida. El sitio deja bastante que desear y efectivamente el trato tampoco es una maravilla.

Meto la bici a un rincón del salón del hotel, me acomodo en mi "apartamento", me ducho, lavo la ropa y me voy a comer al casino del pueblo un menú barato y más que decente. El ambiente en el pueblo es genial y el sol invita a estar en la calle, pero ni mis costillas ni los kilómetros acumulados me piden otra cosa que irme a echar una siesta.

Siesta por decir algo, porque la cosa es que algo no va bien en mi costado y me cuesta respirar. Hablo con el recepcionista y le planteo la posibilidad de quedarme un día más, pero diciéndole que posiblemente salga antes de las ocho de la mañana siguiente, por lo que le dejaré pagado sólo el primer día para no perder tiempo a primera hora con el pago en caso de que me vaya.

Me voy a comprar algo a algún supermercado para aprovechar la "cocina" y prepararme yo mismo la cena de la forma más barata y decente que pueda.

De camino al lejano supermercado voy notando que respirar se me hace cada vez más difícil y empiezo a preocuparme por una especie de crujidos que noto en las costillas al intentar hacerlo profundamente.

Trato de tranquilizarme y a la vuelta me siento en una tasca a tomar una cerveza viendo pasar a la multitud de gentes de diversas nacionalidades que vienen a la zona a trabajar en el campo.

A mi vuelta al hotel descanso un poco y me dispongo a prepararme una cena a base de pasta con queso y alguna que otra conserva de pescado rematados con un dulce como postre. Tras cenar, cuando voy a dejar y coger algún que otro utensilio en las bolsas de la bici, compruebo que no sólo la recepción no está accesible, sino que el salón en el que se sitúa, y que es donde también está mi bicicleta, se encuentra cerrado con llave. Pensando más en la posibilidad de salir mañana temprano que en las necesidades inmediatas llamo al teléfono que veo en la habitación y hablo con el tipo que me atendió en recepción y que creo que es el dueño del hotel. Me cuenta no sé qué historia y de no muy buenas maneras me dice que él no llega al hotel hasta las diez de la mañana. Esto me cabrea, pero de la mejor manera que puedo le insisto en que, como no me había avisado, yo debía poder sacar mi bicicleta a primera hora. Finalmente consigo convencerle de que al menos no llegue después de las nueve. Decididamente no quiero estar más tiempo aquí. Tampoco creo que parar un día vaya a solucionar mis problemas físicos y Sevilla está ya a tiro de piedra.

Cuando estoy intentando dormir, pasada la una de la mañana, comienzan los ruidos en los pasillos. Para colmo la puerta es prácticamente una chapa fina de aluminio que ni siquiera encaja bien. Se ve que éste es el picadero oficial del lugar, y cuando comienzan a cerrar los bares de copas empiezan a llegar las parejas borrachas, riendo y gritando, para después deleitarnos con el sinfín de sonidos que no pueden o no quieren evitar durante sus rituales de apareamiento. Llego a plantearme, dado que los tapones de los oídos tampoco solucionan gran cosa, irrumpir en la habitación contigua y preguntar si puedo sumarme a la fiesta. Afortunadamente el alcohol no es buen amigo de la libido y no tardan demasiado en rendirse a la evidencia.

Una nochecita toledana que acaba al amanecer con las malas caras del recepcionista, que afortunadamente llega antes de las ocho.






Día 9.

Tras una noche para olvidar, y con el dolor y las malas sensaciones un poco más aliviados, me dispongo a recorrer la que será la última etapa de este viaje. El único tramo que no conozco es el que une Almonte con Villamanrique de la Condesa, la variante 9b del recorrido original de la TransAndalus. Y es precisamente al que más le temo porque viendo las fotos del satélite imagino que tras el verano las arenas me van a poner las cosas muy complicadas.

La primera parte es llevadera pero no hace más que ir confirmando mis sospechas poco a poco.




Los puntos de paso de este tramo no estaban disponibles en Internet y tuve que trazarlos a mano, y un poco a ojo de buen cubero, partiendo de los poco detallados mapas de la guía. Esto me plantearía algunas dudas al moverme sobre el terreno. Al llegar a una intersección que no lograba localizar en el mapa tuve que confiar en un niño un poco asustado que estaba solo en una casa aislada entre pinares pero rodeada de buenos y amenazantes perros guardianes. O mejor dicho, tuve que confiar en mi intuición y hacer lo contrario a lo que me decía el inseguro crío. Acerté, pero lo peor vendría al cruzar la carretera del Arrayan y entrar en la finca Querencia de los Romero. Por mucho que lo intento es imposible mantenerse pedaleando encima de la bici. Estoy en un auténtico arenal.




Paro varias veces a estudiar los mapas y buscar alternativas y tengo mis dudas sobre si estoy sobre el trazado correcto, que al final parece que sí. A pie y empujando la cargada bici la mayor parte del tiempo a través de la arena voy avanzando muy lentamente hasta llegar a la Raya Real, que para mi sorpresa y a pesar de lo esperado está en mucho mejor estado que el camino que llevaba hasta ahora.




De ahí a Villamanrique puedo ir pedaleando en a penas un rato, pero este tramo de arena de a penas 10 km me ha costado bastante más de dos horas y ha hecho mella en mis costillas y en mis rodillas.

Llegados a Dehesa Boyal, ya en el pueblo, me paro en el bar del Centro de Visitantes a tomar algo y comer parte de lo que llevo en la mochila. Está allí parada una familia que viene en un pequeño coche de caballos y que por lo visto están ya en la última etapa de su camino al Rocío desde Málaga. Javier, que es quien atiende el bar y el centro, se interesa por mi viaje. Tras un rato de charla sobre los caminos de la zona me regala un par de libros en los que puedo consultar la red de senderos ornitológicos de Doñana y el Aljarafe. Es mi última etapa y tras encontrarles buen acomodo no me pesa cargar con los regalos. Si pasáis por aquí no dudéis en parar un rato a charlar con Javier Filigrana, si hacéis las preguntas adecuadas aprenderéis algunas cosas.

De aquí en adelante seguiré la misma ruta que ya conocía de uno de mis anteriores viajes por el sur de la provincia y que quizás también os cuente algún que otro día. Básicamente lo que haremos es ir adentrándonos y subiendo poco a poco, pero casi sin descanso, por el Aljarafe. Dejaremos atrás la provincia de Huelva y pasaremos por preciosos paisajes y enclaves como el vado del Quema o los pinares de Aznalcazar. Venimos a recorrer el camino del Rocío que hacen los sevillanos pero a la inversa. Tras pasar por La Juliana y echar el inevitable vistazo a su aeródromo enlazamos con el Cordel de Triana hasta Tomares. De ahí a Camas y Sevilla todo es uno. El final de esta etapa es algo penoso por la casi continua subida desde Villamanrique y porque lo familiar del paisaje le resta algo de interés para los que somos de por aquí, pero también porque sabemos que ya se termina el camino. Quieres seguir, deseas seguir, pero estás deseando descansar los maltratados huesos en lugar seguro.




Una etapa sin grandes dificultades que de no ser por los primeros duros kilómetros hubiese sido de puro trámite.







Concluyendo:

Una aventura para recomendar a tu mejor amigo o a tu peor enemigo. Por mucho que os cuente no es fácil imaginar ni hacerse una idea que se aproxime a la realidad de lo que nos vamos a encontrar entre estas pistas y senderos. Tenemos auténticos paraísos al lado de casa, no me cansaré de repetirlo, sólo hay que aparcar el coche y alejarse suficientemente de los caminos más transitados. Si pudiese albergar alguna duda sobre si hacer o no la TransAndalus en su totalidad aquí se ha disipado. Poco a poco la iré completando. No veo mejor manera de conocer Andalucía.

Siempre al salir me propongo una serie de objetivos que después las circunstancias me van haciendo cambiar. Me gustaría viajar con más autonomía, de forma más autosuficiente, pero es muy cómodo hacer lo contrario dadas las facilidades que proporciona el hecho de no viajar a zonas tan remotas como para no tener ninguna población demasiado lejana a la que no puedas llegar en unas pocas horas en el peor de los casos. Me gustaría aprovechar la autonomía que te da llevar la casa a cuestas y andar sin tantas prisas, y pararme aún más con más gente, y disfrutar aún más de determinados sitios. Aún viajando de esta forma, y teniendo un colchón de tiempo para hacerlo, es difícil conseguir abstraerse de la rutina estresante del día a día. Por experiencia sé que eso ocurre cuando los viajes son más largos, cuando tienes la oportunidad de olvidarte de que tienes que volver a tu casa y tu trabajo, y sólo te centras en tu objetivo dejando que el cómo conseguirlo pase a un segundo plano.

Mi costilla, que finalmente resultó estar fisurada, ha condicionado este viaje básicamente en el tipo de alojamiento al que optar, y seguro que en cómo los kilómetros han hecho más mella de lo que imagino que hubiese sido normal, pero sin duda también me ha llevado a extremar las precauciones, cosa que recordando algunos parajes no ha estado nada mal.

El equipo ha funcionado como se esperaba. El desfallecimiento del smartphone que uso como GPS en una calurosa ocasión ha sido la excepción en el apartado electrónico. Eran de esperar los ya conocidos problemas con los cambios de velocidades, salidas de cadena y cadencias adecuadas que son la consecuencia de llevar una transmisión demasiado básica para el uso que yo le estoy dando. Una suspensión también muy básica y que no acaba de adaptarse bien a los terrenos que me gusta pisar me sigue causando cierta inseguridad, sobre todo en los descensos. Antes del próximo viaje procuraremos tener resueltos estos detalles técnicos.

Otra cosa que sin duda hay que trabajar, como ya sabemos de sobra, es el peso, y no sólo el del equipaje, sino el de la barriga que sin duda nos sobra. Es una tontería pelearse con el equipo y el bolsillo para bajar peso a base de pagar más por materiales más ligeros cuando a ti te sobran cuatro o cinco kilos de pura grasa. Habrá que modificar la lista de la compra.

Pues eso, que ya recuperado de mis dolencias, después de unos meses en el dique seco, estamos pensando en la próxima aventura. Los escritorios de mis ordenadores están repletos de guías y archivos gpx y kml.

A continuación, por si os da la ventolera, os dejo un enlace a Wikiloc con el track del recorrido completo (en este track, por cuestiones meramente técnicas, figura como comienzo y final Santa Olalla del Cala, pero lógicamente al ser circular podéis empezarlo y terminarlo por donde os venga en gana): TransAndalus - Provincia de Huelva desde y hasta Sevilla.




No sé si podréis entender la satisfacción que da disfrutar del dolor y el cansancio de los kilómetros recorridos tras lograr los objetivos que te propones, pero no es difícil descubrirlo. ¿Alguien se anima?


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