¿Dónde están los niños?

Esta mañana pretendía levantarme temprano cuando me despertaran los cohetes que seguro iban a sonar para avisar a los niños del barrio de que los Reyes Magos ya se volvían a sus casas tras dejarles los regalos. Para mi sorpresa no me despertó ningún cohete, ni ninguna banda de música, ni siquiera, y eso es lo que más me extrañó, ningún grito de ningún niño jugando en la calle con sus juguetes nuevos.

El caso es que me levanté y comprobé que era un día algo gris, y que las calles estaban desiertas. Eran casi las nueve y media de la mañana. Yo, como ahora vivo solo, y los reyes sólo sabían la dirección de mis padres, que son magos pero no pueden estar en todo, pues no encontré ningún regalo en el salón. El caso es que me puse a desayunar en el mismo silencio con el que me levanté, ya un poco preocupado con eso de no escuchar a nadie por ninguna parte. Mientras tanto vi en las noticias el resumen de la llegada de sus majestades a las distintas ciudades, que a pesar de algún que otro contratiempo con la iluminación navideña, se desarrolló sin mayores problemas. Cuando terminé el desayuno volví a asomarme por la ventana y la calle seguía tan vacía como antes, igual de silenciosa.

Después de jugar con un viejo coche teledirigido que recogí ayer de mi habitación en casa de mi madre, me dispuse a limpiar un poco la casa, que estaba hecha un asco después de tantos días vagueando. Fregué, hice alguna chapuza en la cocina, preparé el terreno para limpiar y, cuando salí a la terraza a coger los avíos para la limpieza, ya a más de las once de la mañana, volví a observar desde mi quinto piso cómo todo seguía en la misma inquietante y extraña calma.

Cuando yo era pequeño, el día de reyes, me despertaba a primerísima hora o, si no, los cohetes y las bandas de música se encargaban de que fuese corriendo, siempre con algún que otro remoloneo y disimulo, a ver si los Reyes habían entendido bien todo lo que ponía en mi carta. El salón se llenaba entonces de papales de regalo roto, y a los cinco minutos ya estaba deseando salir corriendo a la calle con la equipación de fútbol de Arconada, el balón de reglamento, el coche dirigido amarillo de policía (con cable por aquellos tiempos), la bici, los geyperman en su helicoptero, los madelman, los airgamboys, los clicks, o lo que tocara ese año con lo que se pudiese cargar hasta el parque para enseñárselo a los amigos y jugar con ellos.

Fue entonces, mientras empezaba a barrer, cuando una terrorífica duda asaltó mi cabeza: ¿Qué ha pasado con los niños? ¿Por qué no salen a jugar? ¿Qué ha podido ocurrirles? Con tanto impostor disfrazado de rey mago... ¿no habrá aprovechado alguna banda para secuestrarlos? O peor aún... ¿No serán los reyes Magos unos secuestradores que se han llevado todos estos siglos planeando este gran golpe?

Sin perder un segundo fui a poner la tele a ver si las noticias decían algo al respecto. Lo primero que apareció fue el sorteo de la lotería del niño, y como esto es importante comprobé que seguía siendo pobre. Como decía, sin perder un segundo, tras ver la lotería, cambié de canal para ver las noticias y, entre celebración y celebración por el gordo, en algunos canales informaban de las incidencias en las cabalgatas y de cómo la mayoría de los regalos que habían hecho los Reyes este año eran videoconsolas de ultimísima generación y cosas por el estilo, pero no decían nada del posible secuestro de miles y miles de niños. Volví a la terraza... y nada de nada, ni un alma, y eso que los charcos del campo de futbito eran muy pequeños. Seguí limpiando preocupado y con la tele puesta. Cuando terminé de limpiar miré en internet y tampoco había noticias. Y por fin, a eso de la una y media del mediodía empecé a escuchar lo que parecía una niña pequeña gritando en la calle. Corrí a la terraza, y efectivamente, una niña llamaba a su mamá para que viese lo bien que llevaba el cochecito con su muñeco mientras su hermano corria detrás de un espléndido bólido teledirigido (sin cables) entre los jardines de mi barrio. Poco a poco fueron saliendo más, pocos, muy pocos, eso sí. Pero esto me tranquilizó y me hizo pensar que igual yo no recordaba bien mi infancia...

Más relajado, y con la tarea hecha, vi que los Reyes me dejaron un regalito a través de internet y, sin salir a la calle, decidí compartirlo con vosotros. ¿Os acordáis de los payasos de la tele?:

Comentarios

  1. ¡Que arte! Y yo que me sigo partiendo de risa con lo payasos.
    Debe ser que en el fondo no he crecido demasiado.
    Me ha encantado tu regalo de reyes :D

    Yo esta mañana justamente pensaba lo mismo. Las calles desiertas a las once de la mañana. Echaba de menos bicis, pelotas, muñecas....

    Echaba de menos nuestros reyes de entonces

    Besos

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  2. No sé por qué acabé hoy leyéndote en este trocito de noche. A mi no me gustan los regalos. Bueno, verás, sí que me gustan... lo que no me gusta tanto es que alguien se atreva a imponer fecha, hora y motivo. Yo tengo una creencia, muy personal e íntima, y es que, cuando dejo que la nave vaya sola, y no fuerzo el timón ni lloro por él, o sea, cuando me relajo, las cosas salen bien, y de una u otra forma, me llega lo que necesito. Ahora me hacían falta dos cosas: animarme, y ver a través de los ojos de un niño. Y leyéndote, me han llegado las dos. Es más: me he metido un ratillo en mi piel de gitanilla de ocho años, y me he acordado de mi Nancy, y de mi baby mocosete (bueno, y del madelman de mi hermano). Lo que son las cosas...
    B e s o.

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