Muerte.

Tengo una imagen grabada en la cabeza. Un coche de la Guardia Civil corta el tráfico. Un poco más allá, en el suelo, una sábana blanca cubre lo que parece un cuerpo. Un parapente permanece arrugado sobre la valla que bordea la carretera, y junto al cuerpo una silla de vuelo. El coche fúnebre espera a un lado.

Cuatro pilotos dan vueltas por el aterrizaje como quien busca desesperádamente una joya perdida, una razón. Serios, sin lágrimas en los ojos. No hay palabras, no hay preguntas. La montaña está en silencio. El sol se acerca al horizonte.

Los demás vuelan sobre la tarde más silenciosa que recuerdo. No lo saben, ni queremos que lo sepan. La muerte ha hecho acto de presencia. No estaba invitada, pero no nos sorprende su visita. Ya la vimos de cerca antes, pero nunca se paró por aquí.

Desde el cielo a la tierra; no puede ser de otra manera.

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