Desierta.
A cuento de "rellenar mi cama" una amiga me ha recordado que, realmente, mi cama me gusta tan ampliamente desierta como suele estarlo en los últimos tiempos (además de que a doblar las sábanas también le he cogido ya el truco). De vez en cuando pasa por mi cama algún alma nómada que se va igual que vino. Pero es que los desiertos son así de poco acogedores. Te dan la hospitalidad justa para pasar la noche de descanso que necesitarás para al día siguiente seguir tu camino. Es raro, muy raro que pase, pero el problema viene cuando la compañía ha sido lo suficientemente agradable como para olvidarse de mirar al cielo. Y te jode que se vaya. Te jode de una manera extraña, casi autolítica, y te ves pidiendo a un nómada del desierto que deje su camino por un día más. Y es raro, muy raro, pero a veces pasa, y al final me acaba ocurriendo como le ocurrió a aquel aviador francés que, con sus alas maltrechas, vio irse por el desierto a un niño que tenía cabellos de oro; mi cama se conv...